Zenayda y Carmelia. Foto: Alba Cecilia Mérida |
Andrés Cabanas, Alba Cecilia Mérida, Rubén Herrera y María Dolores Marroquín
Cada vez con mayor cinismo las
instituciones de justicia apresan a quienes defienden la vida. Estas
instituciones protegen el ansia de acumulación de las empresas, a costa de la
destrucción de la naturaleza y la vida de las personas.
Corroboramos que el Estado guatemalteco
criminaliza a ciudadanos inocentes: personas buenas, trabajadoras, luchadoras,
hombres y mujeres sencillas, cuyas acciones han estado al servicio de sus pueblos
y la defensa de la vida.
El profesor Arturo, don Chico Palas y don
Tello Villatoro, líderes de Santa Cruz Barillas enviados a prisión preventiva
el 26 de febrero, son inocentes. Saúl Méndez y Rogelio Velásquez, también de
Santa Cruz Barillas y condenados a 33 años de prisión, son inocentes. Timoteo
Chen, de Monte Olivo, y Bárbara Díaz, de San Juan Sacatepéquez, en espera de
juicio, son inocentes. Solamente en Santa Cruz Barillas, a partir de la llegada
de una transnacional española, han sido encarcelados seis dirigentes: presos
políticos del Estado. Son centenares de personas en toda Guatemala acusadas y con
órdenes de captura.
La lucha de los presos es nuestra lucha, su cárcel nos afecta y reta. Reta a la solidaridad. Reta a la rearticulación. Reta a superar agendas e intereses particulares. Reta a no dejarnos llevar por la provocación y la lógica (hegemónica y funcional al poder) de la violencia. Reta (nos recuerda Cesia, hija de Chico Palas) a la unidad.
La centralidad de los presos en nuestros discursos y denuncias debe convertirse en la centralidad de su figura en nuestras luchas. Cada acción, cada propuesta, deben ser valoradas y validadas a la luz de las personas que están presas, con el objetivo de su libertad inmediata. Los desencuentros, las agendas propias, las desconfianzas, los protagonismos y liderazgos verticales, tienen que ser superados, porque dificultan la lucha por la libertad de los presos.
La prisión nos alcanza a todos, en esta cárcel en que se está convirtiendo Guatemala. Los presos pierden todos sus derechos. Las familias, sobre todo las mujeres, vemos nuestras vidas desestructuradas. Se pierde el control de todo lo que teníamos: nuestras seguridades, nuestras certezas, nuestros afectos. Nuestras casas se quedan, nuestros trabajos se quedan. Todo nuestro pensamiento y nuestro intelecto se enfocan en venir a la cárcel. Las comunidades se desestabilizan y se debilita su tejido social y organizativo.
La prisión de uno solo de los defensores del territorio y la vida limita nuestras esperanzas. Mientras haya presos políticos, debemos accionar. Sigamos el ejemplo de Isabel Solís y Ramiro Choc, de Alba Cecilia Mérida y Rubén Herrera, del Consejo de Pueblos Tezulutlán y los perseguidos de Monte Olivo, de Zenayda y Saúl Méndez, de Carmelia Mérida, esposa de Rogelio Velásquez:"No voy a descansar ni dejar de hacer, tenemos que estar animados, fuertes, sin miedo".
Debemos dar a conocer a nivel mundial las violaciones a los derechos humanos que ocurren todos los días en Guatemala. No podemos dejarnos arrastrar por un proceso electoral caduco. No podemos pactar con este sistema que que limita nuestras posibilidades de avanzar.
Demandemos el respeto a la vida, el ejercicio de todos los derechos, la integridad. Mostremos indignación ante los recurrentes atropellos a la libertad de personas inocentes, cuyo crimen es defender los derechos de su pueblo.
Actuemos para que no haya presos políticos.
6 de marzo de 2015
La lucha de los presos es nuestra lucha, su cárcel nos afecta y reta. Reta a la solidaridad. Reta a la rearticulación. Reta a superar agendas e intereses particulares. Reta a no dejarnos llevar por la provocación y la lógica (hegemónica y funcional al poder) de la violencia. Reta (nos recuerda Cesia, hija de Chico Palas) a la unidad.
La centralidad de los presos en nuestros discursos y denuncias debe convertirse en la centralidad de su figura en nuestras luchas. Cada acción, cada propuesta, deben ser valoradas y validadas a la luz de las personas que están presas, con el objetivo de su libertad inmediata. Los desencuentros, las agendas propias, las desconfianzas, los protagonismos y liderazgos verticales, tienen que ser superados, porque dificultan la lucha por la libertad de los presos.
La prisión nos alcanza a todos, en esta cárcel en que se está convirtiendo Guatemala. Los presos pierden todos sus derechos. Las familias, sobre todo las mujeres, vemos nuestras vidas desestructuradas. Se pierde el control de todo lo que teníamos: nuestras seguridades, nuestras certezas, nuestros afectos. Nuestras casas se quedan, nuestros trabajos se quedan. Todo nuestro pensamiento y nuestro intelecto se enfocan en venir a la cárcel. Las comunidades se desestabilizan y se debilita su tejido social y organizativo.
La prisión de uno solo de los defensores del territorio y la vida limita nuestras esperanzas. Mientras haya presos políticos, debemos accionar. Sigamos el ejemplo de Isabel Solís y Ramiro Choc, de Alba Cecilia Mérida y Rubén Herrera, del Consejo de Pueblos Tezulutlán y los perseguidos de Monte Olivo, de Zenayda y Saúl Méndez, de Carmelia Mérida, esposa de Rogelio Velásquez:"No voy a descansar ni dejar de hacer, tenemos que estar animados, fuertes, sin miedo".
Debemos dar a conocer a nivel mundial las violaciones a los derechos humanos que ocurren todos los días en Guatemala. No podemos dejarnos arrastrar por un proceso electoral caduco. No podemos pactar con este sistema que que limita nuestras posibilidades de avanzar.
Demandemos el respeto a la vida, el ejercicio de todos los derechos, la integridad. Mostremos indignación ante los recurrentes atropellos a la libertad de personas inocentes, cuyo crimen es defender los derechos de su pueblo.
Actuemos para que no haya presos políticos.
6 de marzo de 2015
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