Andrés
Cabanas, 2 de febrero de 2016. Publicado originalmente en La Cuerda
Los sucesivos pactos de elites han conformado en Guatemala un sistema excluyente, depredador, violento e inestable, que opera en un régimen de derechos limitados. Conquistadores, criollos, liberales, conservadores, iglesias, oligarquía, actores emergentes, militares y partidos han construido, a través de reconfiguraciones legales (nuevas constituciones) y prácticas violentas (golpe de estado, gobiernos militares, genocidio, exterminio) una historia de injusticias e imposición.
La agudización de la crisis política a
partir de abril de 2015 y el acumulado de luchas (resistencias históricas
acompañadas del inicio de la acción política de sectores urbanos y estudiantes)
marcan el fin del actual pacto de poder (Constitución) de 1985 y la necesidad
de pensar un nuevo pacto y una nueva forma de organización.
La corrupción como norma, la
acumulación violenta, el despojo y control de territorios, la criminalización
de la actividad económica, la profundización de las desigualdades sociales, la
política entendida como negocio y el fin de la indiferencia generalizada llevan
a un punto de quiebre del sistema político (a pesar de la aspirina electoral) y
a la necesidad de su refundación.
Un pacto construido desde y para los
pueblos indica una ruta de salida para la crisis estructural. Este pacto se
construye por los sectores mayoritarios
pero marginados del ejercicio de los derechos colectivos (autonomía, soberanía
y capacidad de decisión) y se plantea en términos de ruptura con las formas
actual de organización y convivencia: repensar los objetivos y sentido de
convivir en este espacio común que llamamos Guatemala. Este nuevo pacto
político no puede construirse, otra vez, sobre los poderes tradicionales y
emergentes, o a partir de las demandas de seguridad hemisférica de Estados
Unidos y las necesidades de las transnacionales y el modelo de acumulación extractiva.
Más
allá de leyes e instituciones: el proceso popular constituyente
La definición de un nuevo pacto no es
un ejercicio exclusivamente legal e institucional. A partir de una reflexión
crítica sobre los constitucionalismos de izquierda en países de América del Sur
y la sacralización de lo
institucional-electoral como herramienta para el cambio, la académica feminista
hondureña Breny Mendoza diferencia entre el poder constituyente, es decir, el
poder innegociable e indelegable del pueblo, y los poderes constituidos, entre
ellos la Asamblea Constituyente. “Necesitamos,
afirma, hacer una distinción entre el
poder constituido, que está contenido en la forma Estado, y el poder
constituyente que es anterior y está por encima del proceso legislativo
constitucional. En este marco, el pueblo
no delega sus poderes a un cuerpo político separado de la comunidad o un cuerpo
político separado escribiría la constitución en nombre de ella. El poder
constituyente o los delegados del pueblo encargados de escribir la constitución
obedecerían sin mediación –mandar obedeciendo- el poder del pueblo”.
En este contexto, el proceso político
para la definición de un nuevo pacto social (que la literatura política
denomina proceso constituyente) es tan importante como el resultado del mismo:
debería ser, completa Breny Mendoza, “un
proceso interminable, permanente, nunca un
libro en manos de los políticos o los abogados y las instituciones del
Estado; debe ser un proceso cívico siempre perteneciente al pueblo, nunca
separado de la comunidad”.
En Guatemala, la lucha por un nuevo
pacto político se hace fuera de las instituciones (no a partir del control del
poder ejecutivo y legislativo, como sucedió en el caso de Ecuador o Bolivia).
Un proceso constituyente popular, plurinacional y multisectorial, construido a
partir de la decisión de pueblos, comunidades, organizaciones y sectores, sobresale
sobre la Asamblea Nacional Constituyente prevista en la ley, de mandato
limitado y dirigida desde los poderes formales y desacreditados.
El proceso constituyente (o de
definición de un nuevo pacto político) legitimado por el poder del pueblo, se
desarrolla a partir de espacios de formación, debate, comunicación y construcción de propuestas, con
multiplicación de esfuerzos organizativos que eventualmente confluyen con
espacios institucionales.
Restituir
el poder del pueblo
El nuevo pacto político busca acabar
con una sociedad constituida sobre el uso de la fuerza como instrumento y la
obtención del beneficio individual (que provoca insolidaridad, competitividad,
exclusión) como fin. Frente a esta inercia de la explotación, se promueve una
nueva organización (social, política y económica), y se establecen relaciones solidarias,
colectivas, comunitarias, desmercantilizadas, despatriarcalizadas y no
violentas. Se trata, para Breny Mendoza, de sustituir la “colonialidad del poder y la democracia colonial vigente, transformando
profundamente las relaciones de género, raza, clase y sexualidad que surgieron
del coloniaje y el orden capitalista, (…) para devolvernos la soberanía popular
perdida”.
La discusión no se realiza ni se
circunscribe a los actuales marcos políticos de referencia: permite imaginar
formas de democracia radical, directa y comunitaria, que reconstruyan poderes
tradicionales de los pueblos, al margen de la forma Estado, la democracia
representativa y los partidos políticos como instrumentos de participación y
transformación. Así como es indelegable,
el poder del pueblo no se detiene en los laberintos del realismo político, las
correlaciones de fuerza y las construcciones políticas preexistentes.
No es un camino sencillo. Ubicarnos en
esta eutopía implica fortalecer las capacidades organizativas y sobre todo la
capacidad de articulación de todas las voces críticas con el modelo actual, deseosas
de una Guatemala transformada de raíz.
Fuente consultada: Ensayos de crítica
feminista en Nuestra América. Breny Mendoza, 2 014.
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