La vieja y la nueva política (la primera
representada en el Congreso pero no exclusiva de esta institución, la segunda
con epicentro en un presidente abstraído y diletante) se estiran pero no
dan más de sí. Los discursos de transparencia, lucha contra la corrupción y
conexión con las demandas de La Plaza tropiezan con las acciones (o las
inacciones) reales.
Sobra retórica
y faltan medidas que construyan, en lo inmediato, un Estado y una democracia
con derechos. Falta atencion en salud, educación, vivienda, seguridad,
transporte y alimentación. Falta ética. Falta visión estratégica. Falta
denuncia y debate, más allá de criticar la deriva ética de los diputados o la
simpleza de la agenda presidencial. Sobra circo
en la república de lo cómico, lo mediocre y lo superfluo (en las formas),
que mantiene privilegios (en el fondo).
En varios aspectos estamos igual o peor que hace
un año, cuando la crisis política concluyó en la renuncia de Otto Pérez Molina.
La lucha limitada contra la corrupción, la ética
a la carta y la continuidad de actores y políticas construyen una narrativa
de frustración y falta de esperanza.
Las preguntas son necesarias: cómo se reconfiguran
el estado y los actores de poder; cual ha sido y es nuestro papel como actores
sociales; qué escenarios se abren y cierran; qué se transforma y qué está peor;
qué otras y nuevas cosas podemos hacer. Algunas respuestas parecen conducir al desengaño: no cambia nada en
Guatemala.
¿No cambia nada? Puede ser, pero se mueve todo. Al
menos desde 2015, consecuencia de disputas internas de actores, movilizaciones
históricas y nuevas movilizaciones, observamos cuatro factores que rompen la linealidad del esquema de poder y autoridad:
se quiebra
el circulo vicioso de corrupción-injusticia-impunidad-indiferencia social;
las fracturas en el pacto de
poder, las disputas interelitarias y el reacomodo
geoestratégico (papel de Estados Unidos) dificultan la estabilización del
esquema de poder;
la emergencia de nuevos sujetos políticos reta el poder dominante y construye
espacios de acción y articulación;
se configuran escenarios abiertos para la acción colectiva (posibilidades,
en definición de Alain Badiou y de la Coordinadora Estudiantil Universitaria de Guatemala, Ceug), en disputa entre la continuidad o reconfiguración del
modelo de dominación y los cambios estructurales.
Estos dos últimos aspectos son trascendentales. El
deterioro de la institucionalidad (alejada de las demandas sociales) obliga a
buscar la nueva política en otros espacios. Conviene aquí leer las coyunturas
más allá de los actores tradicionales, porque
la nueva Guatemala se construye sin que se visibilice mediáticamente, fuera de
espacios institucionales: se manifiesta en la liberación comunitaria de un río
y un bien colectivo secuestrado por una empresa privada en la Costa Sur; está
presente en múltiples posicionamientos colectivos en redes sociales contra la
corrupción y el ejercicio impune del poder, a favor de la salud, la educación,
la recuperación de un Estado social y democrático; se plantea en propuestas
constituyentes promovidas por los pueblos, en ejercicio de su autonomía y libre
determinacion; resalta en la dignidad de los presos políticos y en el esfuerzo
de la solidaridad frente al dominio de la competencia y la individualidad; se
multiplica en los rostros de las mujeres de Sepur Zarco o de Lote Ocho que
rompen la desmemoria del poder; crece en infinidad de debates y construcciones
políticas desde las bases.
Es, todavía, una política sin capacidad de promover
leyes e incidir de forma significativa en los hábitos institucionales: una
política sin Estado, pero con dignidad,
conciencia, crítica, proyecto colectivo, solidaridad y sentido de esperanza.
La Marcha por el Agua, por la Madre Tierra, el
Territorio y la Vida(1) irrumpe en esta coyuntura para recordar que la agenda
política no debe construirse desde el centro urbano sino desde la Guatemala
profunda, como la definió en su triste alocución póstuma el expresidente Pérez
Molina. A través de la Marcha, los pueblos, comunidades y organizaciones rompen
la invisibilización de las luchas sociales y plantean aspectos medulares para
entender la coyuntura presente y futura (escenarios): la crisis continúa, los
cambios necesarios están pendientes, los problemas son estructurales y afectan no solamente a actores sino a la
organización del Estado y el modelo económico (las soluciones son igualmente
estructurales).
La Marcha se plantea con un triple sentido: 1. reivindicación de la presencia política de los pueblos, 2. necesidad de la lucha y la esperanza, 3. integración: reestructuración de
una agenda política privatizada y una acción colectiva fragmentada (pulverizada
por el neoliberalismo, en palabras de Ana Esther Ceceña). Pretende romper dinamicas de inaccion y división:
convoca a
sectores urbanos y rurales, sus demandas y visiones;
articula
resistencias históricas y luchas territoriales con nuevas actorías (jóvenes,
estudiantes);
fortalece el
territorio y las calles como espacios identitarios y de acción:
denuncia el
robo, la apropiación privada, la contaminación, la privatización y
mercantilización del agua y otros bienes comunes, y al mismo tiempo cuestiona
un Estado y un modelo de desarrollo estructuralmente violento, desigual,
responsable de la apropiación y el despojo;
integra
demandas específicas (reapropiación del agua y los bienes comunes hoy
subordinados a las leyes del mercado) con otras de naturaleza estructural:
cambio de este modelo y este estado(2).
El fracaso de las instituciones (congreso, partidos
políticos, ejecutivo, operadores de justicia, oligarquía económica y
empresarios emergentes) es el fracaso del
Estado guatemalteco, construido por y para las elites. Miles de pobladores
movilizados nos dicen que hay espacio para la esperanza y la acción que supere
el caos estatal y social.
Frente a la vieja política, las y los marchistas
nos proponen la política desde los
pueblos. Frente al despojo, la defensa de los bienes comunes. Frente a la
impunidad, la indignación y la movilización. Frente a la resignación (todo está
peor) la esperanza de las luchas. Frente a la privatización, la recuperación de
nuestros valores colectivos y solidarios. Frente a la mercantilización y el
negocio, la defensa de la vida.
Hasta aquí el día 0 de la Marcha. Es un lugar común: esto apenas empieza.
(1) Movilización de miles de
caminantes en todo el país, desde el 11 al 22 de abril. Ver información en www.asambleasocialypopular.org.
(2) El modelo capitalista
y el Estado actual, afirman las más de ochenta organizaciones convocantes de
la Marcha, aglutinadas en la Asamblea Social y Popular, garantiza que las
empresas y los poderosos, se apropien, roben y contaminen impunemente el agua e
impide que millones de guatemaltecas y guatemaltecos satisfagamos nuestras
necesidades vitales y tengamos una vida digna y sana, tanto para los seres
humanos como para la madre tierra. Por eso proponemos un modelo económico
alternativo, que se base en el Buen Vivir, que garantice el respeto y
preservación de la madre tierra y de todos los seres vivos. Proponemos un
proceso de construcción de un nuevo Estado plurinacional, multisectorial y
popular, basado en el poder constituyente de los pueblos, las comunidades, los
movimientos sociales y las organizaciones representativas de quienes hacemos
parte del pueblo guatemalteco.