15 de septiembre y la apología del no pensar, no saber


Andrés Cabanas, 15 de septiembre de 2019

Miles de banderas, cientos de bandas y desfiles ruidosos, una apelación genérica a la guatemalidad, reducida a la chapinidad y los imaginarios de clases altas y medias urbanas: individualistas, racistas, excluyentes, competitivos.

Esta es, oficialmente, la patria y la identidad el 15 de septiembre, el día en que se celebra la ruptura oligárquica con la corona española.

Mucho ruido, pocas notas. No puede ser de otra manera. La apoteosis de marchas marciales y bandas escolares de guerra (un contrasentido pedagógico y social en cualquier país democrático) enlaza con la tradición militarista y prefigura el mañana. Los marchistas de hoy, sin educación de calidad, más preocupados en aporrear tambores que en aprender, comprometidos en la obediencia, la jerarquía, el no pensar y no discutir, son funcionales a la anomia y desmovilización social vigentes, y se preparan para ser los Giammattei de mañana.

La hegemonía neoconservadora se cocina tanto en los cuarteles, en la(s) embajada (s), en las sedes de corporaciones transnacionales, en los círculos políticos, como en las aulas de colegios privatizados e instrumento de las elites, donde estudian alumnos felices de marchar sobre sí mismos, y de repetir hasta el auto aburrimiento una idéntica “canción”. 

Por eso es tan importante para este sistema el 15 de septiembre, con desfiles y banderas, ejercicio simbólico de reafirmación de ¿valores? y poder.

Por eso fue tan dramático para ellos el 14 de septiembre de 2017, cuando cientos de jóvenes físicamente y miles de personas con el corazón interrumpieron el homenaje a la bandera: discontinuaron la cotidianidad autoritaria e irrumpieron en la reproducción del orden simbólico construido sobre la opresión. Lástima que aquel paréntesis rupturista y democrático no pudo ampliarse, entre otras cosas por las desavenencias y falta de acuerdos entre dirigencias de organizaciones: por el sectarismo y la razón única, hijos también del pensamiento marchista, patriótico y marcial. 

Si las marchas tienen su función, las banderas también. Tanto trapo expuesto al viento y la lluvia es, en primer lugar, la exaltación de un azul fervor patrio.

Es negocio, en segundo lugar: recuerden sino la paradigmática bandera que la exvicepresidenta Roxana Baldetti otorgó al Pastor Cash Luna: 26 por 19 metros, un asta de 44 metros, motor y 56,000 dólares -o 436 mil 800 quetzales-, de costo, incluida comisión y corrupción.

Es ocultación. Este 2019 de violencias estatales, estados de sitio y normalización de la corrupción, conviene disfrazar la barbarie estatalizada, con distractores folcloristas y patrioteros.

Lo importante es no saber (que los mismos que desfilan o alaban desfiles, roban impunemente fondos públicos, destinados al bien común), no pensar (que los mismos que desfilan o alaban desfiles, promueven el odio y la persecución contra la organización social), no cuestionar (que los mismos que desfilan o alaban desfiles, hacen negocios que condenan a la gente a la pobreza), no hablar (bandera-corrupción-bandera-negocio-bandera-crimen-bandera).

15 de septiembre, nada que celebrar. Una patria única que niega la plurinacionalidad, una bandera que ondea al viento para ocultar las injusticias, un redoblar que impide pensar, discutir y proponer un país, o un país de países, completamente nuevo. Exaltación de la continuidad, bullicio impostado, enfoque militarista.

No es el silencio ni el retiro la reacción adecuada contra esta conmemoración exaltada y grotesca, en un país que vive momentos bajos: incremento de la pobreza y la desnutrición crónica, deforestación, sequía, carencia de agua y alimentos…

Frente a esta festividad voyerista y ramplona, es fundamental la multiplicación de voces y palabras para la justicia, la diversidad, el pensamiento crítico y la construcción de una sociedad plural.

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