Andrés Cabanas, 7 de septiembre de 2019
1
El Estado
de Sitio es una demostración de fuerza. Sanciona un poder cuasi absoluto, para
el que todo vale: por ejemplo, multiplicar exponencialmente y a la carta la
extensión territorial de aplicación (seis departamentos y 22 municipios, aunque
la conflictividad inicial se focalizó en una comunidad).
Queda normalizada
la arbitrariedad y discrecionalidad. Se justifica lo ilegal y la ilegitimidad
de este Estado y sus múltiples poderes.
2
El Estado
de Sitio no es una medida aislada, al menos en su declaración de intenciones.
El Estor es el segundo aviso-amenaza de Estado de Excepción-Sitio. El primero
fue Champerico, a petición de una transnacional camaronera supuestamente extorsionada.
La solicitud se dio en el marco de una serie de ”capturas” de avionetas
transportadoras de droga, invariablemente desocupadas y vacías, en un contexto difuso/fabricado
de accionar de grupos de narcotráfico.
3
El
Estado de Sitio inaugura una fase de restricción máxima de libertades. Al mismo
tiempo, es consecuencia de un proceso prolongado de legitimación del uso de la
fuerza y ataques a organizaciones sociales. La construcción de imaginarios
autoritarios, de control social y enemigos internos, es previa al Estado de Sitio,
y se profundizará tras su vigencia.
Se
fortalece el proyecto neoliberal y el modelo de Estado en fase militar
creciente, que acentúa sus rasgos autoritarios, discrecionales y represivos,
con ascenso del papel político del ejército.
4
El Estado
de Sitio y la militarización son la respuesta visible de los actores de poder
para el control de territorios y el cuidado de grandes negocios. Los municipios
afectados directamente, así como otros amenazados (Champerico) son territorios estratégicos,
por la abundancia de bienes naturales, los intereses de prominentes finqueros y
la organización comunitaria frente al despojo.
A
partir de una medida de autoridad extrema, intentan satisfacerse intereses particulares de empresarios, grupos criminales en disputa y reordenamiento, Ejército,
gobierno actual que quema la última nave de los negocios ilícitos, gobierno
entrante, al que favorece la paz social, aunque sea la paz de los cementerios.
5
El Estado
de Sitio no es solamente la despedida con cohetes de un gobierno tan mediocre
como excluyente y autoritario. El nuevo gobierno ya está operando, con la complicidad
militarista del que va de salida.
6
El
Estado de Sitio es una disputa de relato. El problema hoy, o acentuado hoy, es
que la disputa del relato excluye argumentaciones o elude las contradicciones
del discurso.
Se construyen
argumentos, los argumentos se vuelven excusas, se argumenta de manera confusa y
disparatada: conflicto de narcotraficantes, guerrilleros, invasores,
seudodefensores de derechos humanos, comunistas... se dice, en el mismo día y a partir de la misma fuente.
En la
retórica gubernamental la resistencia de comunidades a proyectos extractivos se
entrevera con el narcotráfico, el conflicto armado interno con la
conflictividad actual, la guerra fría con la ingobernabilidad.
7
No hay,
por ahora, contrapesos a esta violencia institucionalizada, en una situación de fragmentación extrema de las luchas sociales.
Sin embargo, el
Estado de Sitio, como demostración de fuerza, instrumento de reorganización autoritaria
del Estado, operador de actores económicos, reproductor de imaginarios de
violencia, es también una señal de debilidad: la razón de un Estado y un
sistema que carecen de recursos y voluntad para construir consensos.
Por
aquí puede continuar la tarea: oponer -a una racionalidad política que defiende
la violencia como método privilegiado-, otra estrategia que busca soluciones en
la raíz de los problemas, a partir de la construcción colectiva, el diálogo y
el consenso.
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