El año que vivimos peligrosamente

No hay estrategia, o la estrategia es la ausencia de la misma, que todo siga igual. La pandemia desbordó el precarísimo sistema de salud. La atención primaria y la medicina preventiva no existen. La coordinación con autoridades comunitarias, el aprovechamiento de la medicina natural y los saberes de los pueblos indígenas no cabe en la visión de este Estado y este modelo de salud. 

Hubo tiempo para generar condiciones de respuesta a la crisis, pero el Estado priorizó la acumulación fácil, mientras la economía de la extracción y la explotación (maquilas, call center, comercio suntuario) presionó para continuar operando, sin criterios de protección.

La estrategia que no existe parece ser aceptar la muerte, acostumbrarnos a las estadísticas diarias de fallecidos, como si muchas de estas muertes no fueran evitables. Es un gran riesgo: la normalización de la desgracia (¿mientras no nos afecte?). En menos de dos meses pasamos de ser modelo internacional de combate a la pandemia a encabezar estadísticas de letalidad, sin que los cimientos de este Estado sin ética se tambaleen, y sin alertas sociales significativas.

Seguimos discutiendo las fases de la desescalada que ya se dio, cuando deberíamos pensar en qué momento del colapso nos encontramos: crítico, crónico, irreversible, total. Colapso de salud y colapso económico, porque la pobreza y el hambre se incrementan. El colapso político, en estas condiciones, puede ser cuestión de tiempo. 

Afortunadamente, hay buenas noticias (no es cadena nacional, no lo copié de Giammattei). La crisis coyuntural-estructural revaloriza actores y propuestas que un modelo económico y un Estado construidos para el beneficio rápido invisibilizaban. La garantía de la alimentación de todas y todos es fundamental, y la pelean día a día voluntarias y voluntarios, sin que el Estado voltee la cabeza. Profesionales de la salud, terapeutas, comadronas, promotores comunitarios, son cada vez más escuchados: no son los héroes, pero sí las voces necesarias. En este año del sálvese quien pueda en el que vivimos peligrosamente, la organización y toma de decisiones comunitaria, territorial, identitaria, es la única garantía para salir adelante.

Nota: The year of living dangerously, El año que vivimos peligrosamente o El año que vivimos en peligro, es un filme de Peter Weir, ambientado en la dictadura indonesia. 

Andrés Cabanas, 24 de junio de 2020.

No tenemos Estado, pero no estamos solxs

Aunque estamos mal en términos de propagación de COVID-19, no estamos peor que hace unos días o una semana. Me explico: los más de 600 nuevos casos positivos reportados ayer (la cifra más alta desde el primer caso identificado) tienen que ver con contagios de hace diez días o dos semanas atrás, no con los contagiados ayer, que se reportarán (más o menos) hasta dentro de dos semanas. Y aquellos a su vez se originan en brotes de multiplicación de muchas semanas atrás, que no fueron debidamente identificados, ni contenidos, ni mitigados. Es decir, que venimos estando mal desde hace rato, sin que todas las alarmas se enciendan. 

Otra razón: las cifras de ayer nos parecen  malas pero no dejan de ser irreales, porque la cantidad irrisoria de pruebas realizadas y la centralización de la mismas (la mayoría en el departamento de Guatemala) no permite saber qué tan mal estamos. En el escenario más pesimista estamos mucho peor a nivel nacional, no solamente en el departamento central. 

El problema es que desde el inicio de la pandemia el gobierno optó por análisis de muy corto plazo e interpretación de datos aislados, sin contexto suficiente y evaluación de tendencias (por decir, algo, porque lo que menos ha habido es análisis e interpretación). Al menos al principio, esto sirvió para presentar a Guatemala como modelo de combate a la pandemia en todo el mundo, mensaje repetido hasta la extenuación por el presidente y primer doctor de la nación, Alejandro Giammattei. 

Esta visión no solamente respondió a la mediocridad de nuestra clase política y su patético (pero muy dañino) ejercicio de tomar decisiones sin consultar más que a los aliados empresariales, sino que fue muy funcional a la estrategia de mantener abiertas actividades económicas sin protocolos de salud (maquilas, construcción) y otras manifiestamente superfluas (centros comerciales). Por cierto, en la incontrolada actividad económica debería buscarse una de las razones principales de la expansión actual de la enfermedad. No son (al menos solamente) el Día de la Madre ni la irresponsabilidad individual (que existe, paralela a la des-responsabilidad institucional y colectiva). 

Cuando los datos favorables se fueron cayendo uno a uno (como era previsible por la experiencia de la propagación de la enfermedad en otros países y por los modelos matemáticos que presentaban medios de comunicación, universidades, médicxs, matemáticxs y científicxs independeintes) el presidente y primer doctor de la nación simplemente desapareció de la exposición pública. Mejor no explicar que reconocer errores y fracasos. 

Esta etapa oficialmente de mitigación, que tiene más sentido si la denominamos de propagación acelerada,  tiene que ser de autocuidado, individual y colectivo, mucho más viable -porque se hace tradicionalmente- en comunidades donde el Estado siempre ha estado ausente y/o en aquellas donde el poder se ejerce de forma asamblearia, con procedimientos propios y con el objetivo de garantizar el bien común. No es que el Estado no sea necesario, por ejemplo en los recursos que hoy se roban o destinan a actividades no prioritarias ni demandadas por la población, pero no podemos esperar mucho, aunque es legítima y necesaria la auditoría y la demanda. 

La información objetiva nos debe permitir tomar decisiones, sin entrar en pánico. La autoorganización debe preservar la salud con las medidas necesarias, adecuadas a cada contexto, más allá de las erráticas y limitadas disposiciones presidenciales, a la medida de los factores de poder. La solidaridad y el bien común garantizarán que nadie en las comunidades tenga necesidades económicas y alimentarias, aunque carezca de trabajo y posibilidades de movilización. En comunidades urbanas, la multiplicación de redes de apoyo (bancos de alimentos, ollas comunitarias, apoyo a producción y comercio local, trueque, producción propia de alimentos) orientan el camino a seguir. 

El sistema de salud y el sistema social recolapsaron: difícil definir la catastrófica situación de algo que ya era sumamente precario, insuficiente e ineficiente. No tenemos Estado, lo sabemos. Pero no estamos solxs.

Andrés Cabanas, 19 de junio de 2020 

Multiplicar la organización y la solidaridad

La improvisación gubernamental para el manejo de la crisis de salud es evidente. Las medidas efectistas, aisladas y cambiantes indican falta de estrategia y ruta. En tres meses el gobierno tuvo tiempo para contratar personal de salud, equipar hospitales, fortalecer la atención primaria y la prevención, convocar a sectores para grandes acuerdos sociales, con el principio del bien común. Pero no. Priorizan la normalización de la actividad empresarial y el pago de favores de campaña, que obliga a mantener en sus cargos a impresentables e ineficientes ministros y otros funcionarios. 

A falta de avances, el gobierno hace propaganda: publicita como gran logro lo que solo evidencia la mediocridad: por ejemplo, el último hospital temporal inaugurado, el de Zacapa, que cuenta con 13 ventiladores para atender -literalmente- a toda la población del Oriente). Ante la deslegitimación creciente y la escasa voluntad de generar acuerdos y consensos, se opta por la imposición y la restricción caprichosa de derechos: ¿Qué impacto real tienen en la salud el toque de queda nocturno y el toque de queda los domingos? ¿Qué impacto tuvieron tres fines de semana de restricción total, si vemos que los contagios crecen después de esas medidas? Las disposiciones presidenciales carecen de estudios previos y análisis posterior. El cortoplacismo y el empirismo se instalan en todos los niveles de la administración. 

El costo de la crisis recae en los sectores empobrecidos, cada vez más amenazados. Quienes tienen dos carros, pueden teletrabajar o de una vez no trabajan, disponen de ahorros, acceden a hisopados a domicilio y servicio médico privado, la están pasando y la van a pasar. La mayoría se desliza por una pendiente, sin asideros institucionales. El Estado está o debería estar para corregir las desigualdades y garantizar el acceso de todas y todas a salud, alimentación, agua. No es así: nuestro Estado (a través de su vocero, el Doctor Alejandro Giammattei) vocifera, gesticula, impone, se jacta de lo que no tiene, olvida a las mayorías, favorece a los de siempre. 

La multiplicación de la fiscalización, la denuncia, la información al margen de los canales oficiales, la organización y la solidaridad, en formas tradicionales y nuevas formas obligadas por la distancia física, es la necesidad y el reto.

Andrés Cabanas, 15 de junio de 2020

Coronavirus y el callejón sin salida

El Estado guatemalteco elude sus obligaciones y mandato, trasladando a la población la responsabilidad más grande para enfrentar el COVID-19. La consecuencia de esta política es un cúmulo de contradicciones y caminos sin salida: 

-Lávense las manos, aunque no tengan agua: no es retórica, no  hay agua accesible en la mayoría de hogares. 

-De nuevo, quédense en casa, aunque su empleador ya le ha dicho que si no llega a trabajar pierde su puesto. 

-Mantengan la distancia social, por mucho que el transporte que todavía funciona (taxis, microbuses, pickups) va atestado. 

-Again: mantenga la distancia social, sin embargo maquilas y otros centros de trabajo autorizados por el Ejecutivo carecen de supervisión de salud y medidas de protección. 

Tanta es la "desresponsabilización" institucional que se comienza a echar la culpa a los muertos de su propia muerte. Fueron muy tarde al hospital, ya era imposible salvarlos, dijo Giammattei ayer, aludiendo como siempre a casos y estadísticas que solo el sabe si son o no son ciertas. Discurso simple, otra vez:

-Vayan pronto al hospital, dicen, desconociendo que la mayoría de la población no tiene acceso a hospital, ni siquiera a centro de salud cercano. Y, no se olvide, es responsabilidad del Estado y el Ministerio de Salud el rastreo de posibles casos y el tratamiento preventivo de los mismos, antes de que lleguen a una fase crítica.

Lo que este Ejecutivo sabe hacer es acelerar los tiempos para la reactivación del 20 o 30% de la economía empresarial que todavía no está funcionando, entre otros los absolutamente imprescindibles centros comerciales, símbolo de esta sociedad individualizada y consumista hasta el paroxismo.

El Ejecutivo es en este país la correa de transmisión de las estrategias empresariales, para seguir haciendo exactamente lo mismo. ¿Nueva normalidad? Estado finca, sálvese quien pueda, triste normalización y aceptación de las muertes en ascenso.


Andrés Cabanas, 5 de junio de 2020

La política de los tiempos cortos

El gobierno instaura la política de los tiempos cortos. Transitamos o nos hacen transitar de la amenaza de cierre total del país por quince días a la ampliación real del horario de movilización, sin que el Ejecutivo se digne a justificar las razones de una y otra medida. 

Hace muy poco estábamos derrotando la pandemia (3 de mayo, Vamos bien, Giammattei dixit) y hoy empezamos el inicio del ascenso del ciclo de crecimiento acelerado (o algo así) sin que oficialmente se informe, se explique, se debata sobre los impactos, los sacrificios que exige esta etapa, las medidas necesarias (no las que se anuncian en cadena nacional), el tiempo que va a durar esta fase en la que no sabemos si estamos: no importa, dos semanas, un mes, un año, de todas formas vivimos desde marzo en el día de la marmota, y lo que viene es otro día igual (como parece gustar a los gobernantes. 

Así estamos, sin estrategias de salud y estrategias sociales que indiquen cómo responder a la crisis derivada del COVID-19 y cómo atenuar la crisis social y económica, que el momento de la pandemia multiplica. 

Esta falta de horizonte devela incompetencia técnica e incapacidad de gestión, que existen y en alto grado: por ejemplo, el  presupuesto para salud y ayuda social (aunque escaso) no se ejecuta ni llega a la población. Pero la carencia de ruta de amortiguamiento o salida de la crisis revela sobre todo la sujeción de las políticas a las demandas del sector empresarial organizado, que finalmente impone sus criterios economicistas frente al incremento de casos de enfermedad y el número de muertos. Recordemos las presiones insistentes de las cámaras empresariales para reiniciar actividades económicas todavía suspendidas parcialmente, como los centros comerciales (no esenciales) y la construcción de grandes edificios (actividad no esencial, puesto que las viviendas construidas son destinadas sobre todo a sectores económicos de alto nivel adquisitivo). 

La política de los tiempos cortos es funcional a la política del beneficio y la ganancia inmediata, que acelera una nueva normalidad igual de excluyente e injusta que la anterior. Es hija del individualismo y la insolidaridad, devenidas en conductas sociales y políticas públicas. Se opera magistralmente a través del ocultamiento de información o la tergiversación de la misma (muertes reportadas por el Ministerio de Salud versus muertes reportadas por el Hospital Rooselvet), la centralización de la toma de decisiones, la exclusión de la población en la definición de políticas. 

La apelación imposible a la responsabilidad individual (quédese en casa, lávese las manos, guarde la distancia social) queda como la única medida consistente, a la vez que incoherente, para sobrevivir en este desorden autorizado y controlado. Consistente porque se repite desde el inicio de la propagación de la pandemia. Incoherente porque no tiene en cuenta la realidad social mayoritaria: la necesidad de salir cada día a buscar el sustento, la inexistencia de condiciones para el aislamiento (hacinamiento) en los hogares, la falta de agua y condiciones para la higiene adecuada en muchos hogares. Lo dice el Censo 2018:

44% de los hogares cuenta solo con 1 dormitorio. 
28% de los hogares cuenta solo con un cuarto para todas sus actividades. 
15 % de los hogares obtiene agua a través de tubería fuera de la vivienda.
11 % de los hogares comparte el servicio sanitario con otras familias. 

La pandemia hegemónica agudiza la crisis estructural. Vivimos en la incertidumbre, la inacción, la mentira, el show mediático, a las puertas de un inminente colapso:

del sistema de salud (colapso total insostenible, en palabras de médicos del Hospital San Juan de Dios), 
económico y social, por el incremento de la pobreza y el hambre, 
de la institucionalidad y el régimen político, que actúa siempre a espaldas de las demandas y problemáticas sociales. El Estado en general, la clase política y el sector empresarial insisten en mantener los tics autoritarios y excluyentes que definen la historia de este empobrecido país, aunque esta linealidad puede interrumpirse con estallidos sociales espontáneos y diversos, y el incremento de la acción social organizada. 

Los tiempos cortos generan incertidumbre y vulnerabilidad social: provocadas, hasta que se les revierta en forma de hartazgo y estalle en los hocicos institucionales. En este momento es especialmente evidente un Estado omnipresente, incluso en su voluntad reguladora del espacio y las decisiones en el ámbito privado, a la vez que ausente e ineficaz en su papel de regulador de la convivencia y garantía de derechos básicos. 

Los tiempos cortos tienen que ser respondidos con tiempos largos, aquellos que tienen en cuenta la multicausalidad que multiplica los focos de combustión social (a pesar de la lluvia) y a todos los actores involucrados, no solamente a las élites históricas. Planificación, propuestas integrales, participación social y comunitaria, con acciones construidas a partir de la búsqueda del bien común y el fortalecimiento de los derechos básicos colectivos: miradas y acciones en el corto y largo plazo, que vinculan la crisis coyuntural con la crisis estructural.  

Andrés Cabanas, 1 de junio de 2020