La encrucijada dictadura/democracia nos atrapó, con ventaja táctica -y experiencia histórica acumulada- para la primera opción. El reto ahora es garantizar espacios de acción (en la democracia que no logró concretarse) para seguir construyendo la democracia real que queremos, que desde mi punto de vista tiene que ser participativa, diversa, comunitaria-anticapitalista, feminista, plurinacional y popular. Andrés Cabanas, 13 de enero de 2019
El actual ejecutivo guatemalteco convierte la
acción política en el juego del gato y el ratón: agresión-respuesta-nueva
agresión amplificada (especialmente a partir de la revelación del
involucramiento de familiares de Jimmy Morales y empresarios en casos
de corrupción). Este ejercicio permanente y violento debilita la
institucionalidad y convierte las reglas democráticas en caricatura, cada vez
más sujetas a la discrecionalidad e intereses de los funcionarios públicos
y los diferentes poderes tras el trono.
La aceleración de esta dinámica tras el asalto a la
Corte de Constitucionalidad, CC, (con el inicio de demandas contra tres de
cinco miembros, lo que modifica la correlación de fuerzas), acorrala al Estado
de derecho existente -de por sí, débilmente democrático- y amenaza con hacer
saltar el tablero de la Constitución vigente. La estrategia hoy es abrir un
paréntesis de legalidad y derechos, durante el cual cualquier autoridad (un
funcionario de aduanas, una ministra designada y no electa, un militar devenido
en padre de la patria) se considera legitimada para reinterpretar
y aplicar la ley, en función de intereses superiores de la
nación.
No nos debe engañar el barniz bufonesco y
marcadamente histriónico de las decisiones políticas tomadas, sobre todo
las que provienen de la Presidencia y Vicepresidencia. Tras las bambalinas del
discurso simple y enrevesado, el guion involucionista se desarrolla con
notable éxito.
Boleto de ida sin retorno
A estas alturas, no parece haber retorno para los
promotores de la desinstitucionalización prodictatorial. La rectificación no
cabe en el lenguaje de quienes conciben la política
como el arte de la guerra y la exclusión total del diferente.
Por el contrario, el camino empedrado hacia la
neodictadura del siglo XXI anticipa nuevas embestidas: en lo
institucional (CC, Procuraduría de los Derechos
Humanos, dependencias del Ministerio Público, sectores del Tribunal Supremo
Electoral-fraude) y en lo social, con amenazas crecientes a las
libertades de expresión, organización, participación y
movilización.
El escenario ideal apunta al finiquito de esta
democracia (que, paradójicamente, nunca alzó el vuelo). Fin del juego.
Viva el neoliberalismo/capitalismo (más) autoritario, sin derechos individuales
ni colectivos. Bienvenido el nuevo despotismo, en el reino de la arbitrariedad.
Neodictadura, con idénticos actores
La dictadura reconfigurada garantiza el statu quo, sin concesiones ni modificaciones. Por ello vincula en su
promoción al sector empresarial tradicional (continuidad del modelo de despojo), militares (mantenimiento de negocios legales y criminales,
aplicación de la doctrina de seguridad militarizada), economía emergente legal
y criminal (operada sobre todo por alcaldes y diputados), sectores trumpistas en Estados Unidos y Unión Europea (gobernanza
protransnacionales y de seguridad hemisférica). La dictadura (instrumento)
amplía el margen de utilidades (objetivo), en una época en que el capitalismo
prescinde -sin márgenes para la corrección política- de la democracia formal.
Esta comunión de interés conecta en una línea histórica
larga con el proyecto histórico de dominación, y en una línea corta con el
amplio consenso que llevó al gobierno a Otto Pérez Molina y Roxana
Baldetti (2012-2015) y pretendió convertir el Partido Patriota en un
modelo de gobierno para la estabilidad política y el despojo.
Fascismo social, resistencias articuladas
La dictadura política se apoya en el profundo
conservadurismo social (se requiere enfrentar este para anular de raíz
aquella): apela a los temores (el otro, el diferente, el diverso, el indígena),
construye falsas identidades (himno, bandera), define aspiraciones y sentidos
de vida (emprendimiento y éxito individual), rechaza los cambios
progresistas y populares. Por eso es tan eficaz, a pesar de su carácter rudimentario, o precisamente por su carácter rudimentario.
La encrucijada dictadura/democracia nos
atrapó, con ventaja táctica -y experiencia histórica acumulada- para la
primera opción. El reto ahora es garantizar espacios de
acción en la democracia que no se concretó, para seguir construyendo la
democracia real que queremos, que desde mi punto de vista tiene que ser
participativa, diversa, comunitaria-anticapitalista, feminista, plurinacional
y popular, construida desde abajo, de forma horizontal y permanente.
La actual espiral de aplastamiento de (opciones) de libertad y
derechos se consolidará si no existen respuestas diversas en formas, actorías
y contenidos, a la vez que masivas y articuladas, que prioricen el
fortalecimiento de la unidad antidictadura y popular, por encima
de mi papel en cada acción y mi proyecto.
La falta de acuerdos tácticos (pese a
las notables coincidencias estratégicas), la dificultad de ampliar el horizonte
de la indignación a los sectores hoy atrapados por la indiferencia, la
concepción unívoca (no diversa) y centralizada de la política transformadora, y el análisis (y confrontación) parcial del modelo de dominación, son -en mi opinión- cuatro retos a enfrentar para acometer la impostergable ruptura y
profundización democrática.
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