Para el gobierno y las cámaras empresariales, las muertes por Covid son estadísticas frías, asumibles alegremente: 40 ó 50 cada día, no menos de siete mil en los próximos meses. No pasa nada. El gestor de la crisis y el caos bromea en su interminable campaña electoral. Los poderes formales empresariales avisan: vamos a salir y reactivar la economía, lo cierto es que nunca la cerramos, cueste lo que cueste, estemos en el contexto que estemos. Las fases de desescalada y los semáforos de alerta son puros formalismos. Muchos medios de comunicacion minimizan este drama humano y fracaso como país, y juegan a la ruleta rusa de la "reapertura" económica.
La responsabilidad -para los actores de poder- nunca es de las instituciones ni el modelo económico y social; proviene de un factor externo o de la sociedad en su conjunto, aunque muchos sectores carezcan de condiciones para ejercerla. No se puede apelar a la responsabilidad individual y de la comunidad como medida única de contención de la pandemia cuando este Estado (aquí entendido como normas escritas y no escritas que rigen nuestra convivencia y relaciones sociales) construye individualidades en competencia feroz. El sálvese quien pueda, mucho antes de esta pandemia.
El concepto de políticas públicas para el bien común no casa con políticos profesionales y empresarios que reniegan de lo público, mientras no sirva para ampliar el botín. El Estado renuncia a hacer lo que puede y lo que debe: pruebas descentralizadas y en número suficiente (seguimos lejos del mínimo de cinco mil diarias prometido y mucho más de las diez mil recomendadas), rastreo y seguimiento de casos, atención primaria comunitaria, prevención, fortalecimiento del sistema hospitalario, coordinación con autoridades indígenas y comunitarias, dueñas de saberes y experiencia para enfrentar crisis. No nos extrañemos si un día el Actor Presidente (por este orden: gesticula un discurso construido por y para otros) nos va a decir que las muertes son responsabilidad de las y los fallecidos: no se portaron bien.
Pero no nos acostumbramos ni olvidamos. No son números. Son recuerdos, encuentros, ausencias, el último café que nos tomamos o aplazamos, aquellos momentos en los que no sé si éramos felices, pero ignorábamos esta época de infelicidad aún así solidaria o esta certidumbre llena de congoja. Todavía.
Andrés Cabanas, 10 de julio de 2020
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