Son miles pero llegan en silencio a tocar las puertas de nuestras casas.
Texto: Andrés Cabanas. Imágenes: redes sociales.
Más que una caravana, son muchas marchas que avanzan y cruzan cuadrículas, como colas de serpiente; caminan y recorren en poco tiempo distancias escalofriantes.
Parece improvisación, caos, desorden, descoordinación; sin embargo, saben arreglárselas para coincidir en el momento preciso en puntos estratégicos: un albergue cálido, una ciudad solidaria, un puesto fronterizo a punto de ser derribado.
Están ausentes o no hay tiempo-fuerza para las consignas elaboradas o el discurso político, pero pocas veces el mensaje llega tan claro: basta de Estados-mentira, somos muchos, somos más. La pedagogía política de la marcha.
Cuesta identificar liderazgos, porque la multitud, el territorio, la carretera, indican el camino; vienen de la historia colectiva que acumula injusticias.
Empobrecidos, probable y socialmente conservadores, ponen a temblar pilares de la dominación: apatía, conformismo, resignación, sumisión al poder. A su paso destrozan el consenso empresarial, la gobernanza gringa, las (in)seguridades nacionales, el Triángulo Norte de las Bermudas que despoja y devora la vida. Tienen razón Trump, Jimmy y JOH en sentir miedo: asusta lo que no se conoce y no se puede clasificar, "sociedades en movimiento" (Zibechi) más que movilización social.
Migran, ¿necesidad? ¿derecho? necesidad convertida en derecho, nuevo derecho necesario, o nada de eso, se les da la gana y toca acompañarles.
No buscan el sueño americano. El sueño -dignidad, coraje, atrevimiento, incertidumbre, paradojas- son ellas y ellos. Caminemos, a donde sea, para alcanzarles.
18 de octubre de 2018
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