A falta
de avances, el gobierno hace propaganda: publicita como gran logro lo que solo
evidencia la mediocridad: por ejemplo, el último hospital temporal inaugurado,
el de Zacapa, que cuenta con 13 ventiladores para atender -literalmente- a toda
la población del Oriente). Ante la deslegitimación creciente y la escasa
voluntad de generar acuerdos y consensos, se opta por la imposición y la
restricción caprichosa de derechos: ¿Qué impacto real tienen en la salud el
toque de queda nocturno y el toque de queda los domingos? ¿Qué impacto tuvieron
tres fines de semana de restricción total, si vemos que los contagios crecen
después de esas medidas? Las disposiciones presidenciales carecen de estudios
previos y análisis posterior. El cortoplacismo y el empirismo se instalan en
todos los niveles de la administración.
El
costo de la crisis recae en los sectores empobrecidos, cada vez más amenazados.
Quienes tienen dos carros, pueden teletrabajar o de una vez no trabajan,
disponen de ahorros, acceden a hisopados a domicilio y servicio médico privado,
la están pasando y la van a pasar. La mayoría se desliza por una pendiente, sin
asideros institucionales. El Estado está o debería estar para corregir las
desigualdades y garantizar el acceso de todas y todas a salud, alimentación,
agua. No es así: nuestro Estado (a través de su vocero, el Doctor Alejandro
Giammattei) vocifera, gesticula, impone, se jacta de lo que no tiene, olvida a
las mayorías, favorece a los de siempre.
La
multiplicación de la fiscalización, la denuncia, la información al margen de
los canales oficiales, la organización y la solidaridad, en formas
tradicionales y nuevas formas obligadas por la distancia física, es la
necesidad y el reto.
Andrés Cabanas, 15 de junio de 2020
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