Andrés Cabanas
Las imágenes (y el debate generado) por el incendio de un bus del transporte urbano en la capital, al final de las movilizaciones del sábado 28, ensombrece la masividad y pluralidad de las protestas (realizadas en múltiples departamentos) y el contenido de las mismas.
En un pispás, el tiempo en el que un bus urbano aparece literalmente de ninguna parte (de forma sorprendente en una plaza y una zona frecuentemente sitiadas por policía y seguridad presidencial) y es rápidamente incendiado, se cambia el relato, se invisibilizan actorías (como siempre, pueblos indígenas, demandas comunitarias, luchas de mujeres contra la violencia y el patriarcado) y se desplazan significados, especialmente el mensaje cada vez más amplio que demanda transformar de raíz este Estado y transitar hacia un Estado o forma de organización de carácter plurinacional, popular y antipatriarcal.
Llamas que deslumbran y no permiten ver
El sábado 28 se realizaron movilizaciones en números puntos del país (no solo, sino también en la Ciudad Capital), en las que participaron como convocantes o participantes centenares de organizaciones. Las movilizaciones dieron continuidad a más de una semana de manifestaciones continuas y preludian las convocatorias de la semana que inicia el lunes 30 en Sololá, Totonicapán y otros territorios indígenas que ya ejercen formas concretas de autogobierno.
Ese día, y los precedentes, se escucharon propuestas anticorrupción, demandas de reorientación del presupuesto para orientarlo a salud, educación y atención de emergencia, denuncia de excesos y derroches en gastos de funcionarios (dietas, viáticos, alimentación de lujo).
Se presentaron (en pancartas, consignas, memes, redes, comunicados, discursos estructurados en tarimas) argumentos que indican la inviabilidad de este Estado y este sistema (construido por unos pocos para beneficiar a unos pocos), la cooptación de las instituciones por parte de los empresarios y las mafias, y la necesidad de un nuevo pacto social y una nueva constitución.
Ya que no sirve el Estado (instrumento de latrocinio y acumulación desigual, ajeno al bien común, perseguidor y no garante de derechos) muchas de las y los manifestantes proponen pactos desde los pueblos y sectores populares para la construcción de un espacio plurinacional, popular y antipatriarcal, a través de la convocatoria a Asamblea Popular y Plurinacional Constituyente.
Sin embargo, las poderosas imágenes de miles de
personas que rechazan el sistema que nos oprime y el estado de cosas en el que
malvivimos, quedan de súbito ocultas por las llamas que alumbran para
deslumbrar e iluminan para que no veamos. Ocultas temporalmente, tal vez durante
el tiempo de respiro que necesitan un gobierno y una clase dominante con cada
vez menos espacios para enfrentar la crisis.
Llamas que (pretenden) ocultar el colapso sistémico y el callejón sin salida de este régimen
La violencia y el uso de la fuerza no solamente son monopolio del Estado, sino el recurso preferido y el terreno donde disputan el usufructo del poder con mayor comodidad. La violencia (la que aplica legalmente y la que no pueden ejercer otros, ni siquiera en el derecho legítimo de resistencia) busca aplacar los apremios de la crisis, sobre todo la crisis terminal en el que este sistema está instalado.
El gobierno de Alejandro Giammattei nace con la herencia de la crisis no concluida o la salida en falso de la coyuntura 2015-2019: más corrupción y renovación del pacto de corruptos para responder a las demandas anticorrupción, con renovada filiación autoritaria, que desconoce las demandas de participación y la emergencia de sectores juveniles con vocación democrática.
Durante 2020, las respuestas del gobierno a la pandemia y dos desastres socionaturales consecutivos agudizan esta crisis:
1.La respuesta elusiva a la pandemia (es responsabilidad de ustedes) y las tormentas (auto evacúen, cuídense entre ustedes, nosotros no podemos entrar a dejar alimentos). Un Estado ya cuestionado avanza al abismo de la deslegitimación total, al hacer dejación de sus funciones y responsabilidades.
2. La insensibilidad social: en condiciones de agudización de crisis los funcionarios de gobierno, poder legislativo y muchas municipalidades afines, continúan con el derroche, los excesos y la corrupción, como si nada estuviera pasando. En el mismo sentido, este gobierno, que dispone del mayor presupuesto de la historia, rehúye la inversión social: agricultura, alimentación, sistemas de riesgo, empleos para pequeños productores, etc.
3. El cierre de mecanismos de diálogo, incluso aquellos concebidos como válvula de escape de tensiones. El gobierno opta por el gobierno de unos pocos, sin consulta, sin reconocimiento. Tan pocos que ni siquiera tiene en cuenta a su aliado natural, el Vicepresidente y su poderoso grupo de empresarios comerciantes.
Las llamas que prenden las voces de todas y todos
Las Jornadas de noviembre (como las categoriza El Observador, aludiendo a formas y demandas múltiples, pero con características confluentes que convergen en un movimiento) dan continuidad al proceso inconcluso de 2015 (anticorrupción) pero lo superan con propuestas de carácter estructural (refundación, constituyente) e implican nuevas actorías, especialmente colectivos de mujeres jóvenes feministas, mujeres jóvenes indígenas y otros, con formas de organización asamblearias, acusada movilidad y creatividad, y rechazo a directrices jerárquicas.
La consigna visible, sobre todo en juventud estudiantil, pueblos indígenas y movimientos sociales históricos (consigna no unánime pero más extendida que en 2015) es transformar este Estado que actúa para los ricos, a través de una Asamblea Constituyente y un nuevo pacto social.
Estas demandas y actorías son vistas con preocupación y amenaza por los actores de poder, y por ello los esfuerzos para debilitarlas, dividirlas o deslegitimarlas.
El debate sobre la autoría del incendio (infiltrados-manifestantes indignados, que hacen uso del derecho a la violencia popular) actúa como distractor y relega por ahora todos los temas. Este debate es importante y necesario, a condición de que no sea el único.
Es importante saber si los autores del incendio y los hechos de violencia posterior son infiltrados (por tanto, agentes del Estado), porque obliga a revisar las formas de organización y convocatoria, y a generar mecanismos de autocuidado entre las personas participantes, aunque ello debilita el principio de las autoconvocatorias y el llamamiento necesario a una participación amplísima, no necesaria o no previamente organizada.
Si no son infiltrados, también es importante, porque nos (re)obliga a (re)debatir sobre formas de lucha, la viabilidad de transformaciones raizales por medios pacíficos, la imposibilidad de acumular fuerzas y ampliar convocatorias en condiciones de violencia.
Pero en cualquier caso, el debate no puede desplazar el abordaje de la crisis estructural, la visibilización de todas las actorías, más allá del referente limitado de la Plaza capitalina, las propuestas de cambio estructural a través de la Asamblea Nacional Constituyente, no como fin, sino como mecanismo para construir un nuevo modelo político, económico y social de buen convivir, solidaridad y justicia.
Que se escuchen las voces de todas y todos:
· lxs trabajadorxs y promotores de salud, que nos enseñan el valor de la medicina natural, los conocimientos de la cosmovisión, los cuidados colectivos para enfrentar la pandemia;
· los cientos de miles de personas que se organizan para atender albergues y responder a la emergencia climática;
· las comunidades que comparten el valor del diálogo y el consejo, el respeto a las opiniones de todas y todos;
· las comadronas que cuidan la vida, a pesar de un estado que las desconoce y administra la muerte;
· el campesinado (más de un millón de productores en todo el país), que ama la tierra y garantiza nuestra alimentación (fíjese que no, los alimentos no vienen de WallMart);
· lxs disidentes de la heterosexualidad obligatoria;
· las que defienden la indumentaria, la lengua, la identidad, la cultura, la memoria, la historia, y nos preparan para el mañana;
· las mujeres que se organizan y nunca más callan frente al acoso y la violencia, en cualquier situación, en cualquier caso;
· las jóvenes y los jóvenes, que crecen con gobiernos corruptos, autoridades mafiosas y criminales, desequilibrios sociales y climáticos, egoísmos e individualismos, y a pesar de todo se movilizan para transformar;
· quienes luchan para sobrevivir, con dignidad y entereza, todavía en el umbral de la politización y la participación política;
· Bernardo Caal Xol, las y los perseguidos políticos, que resisten desde la cárcel, en nombre de las comunidades despojadas.
Que las llamas no apaguen los días de plazas, las actorías y formas de protesta diversa y alegre. Fiesta multicolor para la plurinacionalidad. Ya no más pactos de elites ni gobiernos de unos pocos, para unos pocos. Pactos de todas y todos, para el gobierno de los pueblos. Buen vivir en comunidad.
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