Brenda Domínguez, estudiante arrollada durante manifestación. Fotografía familiar |
En el escenario del horror que se llama Guatemala
se criminaliza a niños estudiantes que participan en una manifestación pacífica
y, con similares argumentos, se persigue a líderes de la resistencia frente a
proyectos de despojo. Los mismos voceros y “call center” se preguntan: por qué
salen a protestar, por qué bloquean calles y carreteras, por qué hacen
bochinche, por qué no se quedan en sus casitas, por qué no quieren desarrollo.
En el caso de los estudiantes violentados[1], la
pirueta argumental obvia un hecho que nos condena como sociedad (el atropello
voluntario y consciente de jóvenes) y una actitud delictiva (el asesinato
cometido por el conductor) para centrar nuestras discusiones en la
responsabilidad de los padres y maestros que permiten a los alumnos
manifestarse y, por fin, en la impertinencia de los jóvenes por salir a las
calles en vez de aguantarse calladitos. Aunque la economista Mara Luz Polanco nos recuerda
que “equiparar la acción del delincuente que atropelló a los estudiantes con
la acción de manifestar es ser moralmente cómplice”, buena parte de la
sociedad considera a las víctimas como culpables, una vez más.
En este constructo ideológico, de valores y,
finalmente, de lenguaje, una palabra clave es responsabilidad. La pronuncian al
unísono quienes adversan reformas constitucionales y los empresarios que
incumplen sus obligaciones fiscales y utilizan la violencia. Otra palabra
repetida es unidad, comprendida como unidad alrededor del poder, frente a lo excluido
(múltiple y diverso) que reclama condición de sujeto.
El problema es que las mentadas responsabilidad y
unidad nos llevan a soportar o justificar mafias, mientras desprotegemos la
dignidad de las mayorías. Así, somos bipolares: el país campeón en estabilidad
macroeconómica y apoyo a la inversión empresarial versus corrupción,
desnutrición, pobreza crónica, asesinatos, destrucción medio ambiental, desvío
de ríos para monocultivos, pérdida de bosques, agua y diversidad, irrespeto
colectivo a la vida.
Actuamos de forma vehemente para favorecer los
intereses de unos pocos pero nos ausentamos cuando se trata de fortalecer la
convivencia solidaria y los derechos colectivos. Más que consecuencia, la
violencia y la injusticia cotidianas y de todos los colores son la esencia de
este Estado y esta sociedad, que deifica el dinero, fortalece la competencia y
el individualismo, considera los derechos como amenaza, se asusta de su pasado
y niega el futuro.
Crisis
e inestabilidad: fin de ciclo
Sin embargo, este modelo económico, político y
social se encuentra en un callejón de difícil salida. El sistema vigente,
inmutable en su esencia, hasta hace poco estable políticamente (recambio
electoral cada cuatro años), con capacidad de reconfiguración y de neutralizar
la oposición, está en crisis.
Esta crisis viene determinada, por un lado, por
disputas internas de elites y disputas geoestratégicas, que no logran definir
un nuevo pacto político, una vez agotado el ciclo político del 85
(Constitución), renovado en 1993 (sustitución de Serrano Elías) y 1996 (firma
sin voluntad de cumplimiento de los Acuerdos de Paz). Estas disputas presionan
para la continuidad tal cual del modelo o para reformas controladas.
Por otro lado, la crisis se agita por la
indignación ciudadana (desde abril de 2015, centrada en la lucha contra la
corrupción y las reformas políticas) y la impugnación histórica (desde 1524)
que propone una sociedad construida desde la visión de los sectores populares,
con carácter plurinacional: la ruptura para la transformación del sistema.
Cambiar
el modelo económico y político. Transformar pensamientos y sentires
El escenario del horror que se llama Guatemala es
también territorio de sueños, acción colectiva y esperanza. La disputa contra
el terror normalizado llega repleta de “resistencias y profundidad”,
como afirma María José Rosales Solano, lesbianafeminista y anti-racista. Se
multiplican las formas de decir no y de afirmar (construir): la costumbre, la
tradición, la cultura, el tejido, el maíz, la cosmovisión, la identidad, las
manifestaciones de estudiantes, concebidas como primera escuela de ciudadanía y
participación, las luchas territoriales por la autodeterminación…
Sandra Xinico Batz, antropóloga maya kaqchikel,
considera que “la importancia de no perder la memoria radica precisamente en
la necesidad de percatarnos de que la cosa no se pone mal ahorita porque desde
hace varios años viene desmoronándose para nosotros (los pueblos). Seguimos
saliendo a las calles mientras la realidad no cambie y con la esperanza de que
en el futuro no tengamos que volver a salir a demandar”.
Transformar la violencia, la desigualdad y la
injusticia normalizadas en una Guatemala de solidaridad y construcción
comunitaria es nuestro gran reto. La articulación de programas, acciones y sujetos
(organizaciones y actores) es condición sine qua non para convertir esta
coyuntura en corriente de transformación que quiebre el Estado y el régimen
actual.
Complejizar la acción política; entender que una
nueva sociedad solo es posible si nos organizamos y trabajamos de forma
diferente; combatir un sistema de dominación múltiple desde espacios plurales,
complementarios e interconectados; vincular las propuestas de reformas
inmediatas con las reformas estructurales; conectar actores urbanos y comunitarios;
apostar a la transformación del poder para lograr la toma del poder político…
son apenas inquietudes y tareas pendientes.
Plantear los retos como dudas es una manera
pedagógica de abordarlos:
¿Cómo complementamos sin jerarquizar demandas
inmediatas con las propuestas de transformación raizal del régimen actual? Una
lucha enfocada en la corrupción es importante y con potencial de acumular, pero
limitada sino aborda los problemas desde la estructura y desde todos los
territorios.
¿Cómo debatimos y planteamos alternativas al modelo
económico, el extractivismo y el despojo? ¿Cómo logramos que el debate
sobre el despojo y sus consecuencias (por ejemplo, presos políticos) no sean
monólogo de comunidades indígenas y rurales, silencio de comunidades urbanas?
Hoy por hoy, conciliar “derechos” de las empresas extractivas con derechos de
las comunidades nos lleva a una espiral de violencia y reducción de derechos.
¿Cómo avanzamos hacia un nuevo pacto social más
allá de los pactos de elites tradicionales? Por ello, ¿cómo fortalecemos la
construcción desde abajo y el protagonismo de pueblos, comunidades y sectores
populares, en detrimento del protagonismo histórico de sectores urbanos? Esto
obliga a pensar otras formas de movilización y sujetos plurales y colectivos
para salir de la crisis y reconstruir nuestro futuro.
¿Cómo actuamos más allá de la política
estadocéntrica, para ir más allá del Estado actual? En Notas para una política
no estadocéntrica[2] Amador Fernández Savater nos invita a abrir nuevos “planos
de lucha”, construyendo un cambio “multicapas y multicanales”, a
partir -entre otros- de cambios en las subjetividades.
Lo que vivimos hoy (masacre en Hogar Seguro,
atropello de estudiantes, imposición de empresas sin consulta, persecución de
dirigentes sociales, gobierno de mafias y/o ineptos, parálisis de reformas
políticas, desnutrición, pobreza…) es la evidencia de un Estado construido por
y para las elites, y de la preeminencia de valores sociales moldeados al antojo
de aquellas, históricos pero caducos.
Lo que hacemos día a día y de formas múltiples es
la disputa por un nuevo sentido común de la sociedad: la vida sin muertes
innecesarias, sin miedos inoculados, construida desde todas y todos, con
solidaridad, comunidad, justicia, dignidad, en plenitud.
Andrés Cabanas, 9 de mayo de 2017
[1] El 26 de abril un automovilista arrolló a
estudiantes de la Escuela de Ciencias Comerciales II, en la Calzada San Juan de
la Ciudad de Guatemala. Los estudiantes demandaban desde hacía meses mejoras
educativas. El automóvil aceleró a pesar de que varias niñas y niños estaban
bajo sus ruedas. Doce estudiantes resultaron heridos, una joven fue asesinada.
Ver también https://pensamientosguatemala.org/2017/03/22/paisaje-despues-de-la-masacre
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