Cambie, todo cambie

3 de julio de 2023

Es paradoja o son los signos de los tiempos que, tras las elecciones democráticas del 25J, se profundice el autoritarismo y el ejercicio arbitrario del poder. Las elites prescinden de formalidades democráticas, entre otras la separación de poderes y el apego a la ley y la constitución, y pugnan por reconfigurar el Estado, en esta etapa de auge de fundamentalismos, a su necesidad y antojo. Los arquitectos de la manipulación electoral y de un sistema de votaciones controlado en cada una de sus fases, alegan fraude y manipulación de resultados.


Las elecciones pasadas, como históricamente lo han hecho, no estabilizaron y relegitimaron un sistema ilegítimo y no resolvieron diferencias cupulares (entre capitales, actores políticos internacionales, nacionales y locales y actores del crimen organizado), por lo que el autoritarismo renovado, sin matices ni intermitencias (sin segunda vuelta, a este paso) constituye un fuerte escenario que amenaza el ejercicio de derechos fundamentales y las posibilidades de salir del círculo de la exclusión, el despojo, la expulsión de millones de personas, las violencias. 


Las paradojas también son visibles si, además de analizar el Estado y la reconfiguración del poder dominante, intentamos entender los muy malos resultados electorales de partidos políticos identificados y conocidos como partidos de izquierda e instrumentos políticos de los pueblos indígenas y sectores explotados. Mínima representación en el Congreso, casi nula en municipalidades, que se añaden a divisiones en movimientos sociales consecuencia de divisiones partidarias, fracturas comunitarias, etc. Los demoledores factores externos (racismo estructural e internalizado, manipulación preelectoral que impidió la participación de Thelma Cabrera, entre otros) ofrecen explicaciones razonables pero incompletas, en aspectos tan medulares para las izquierdas como los siguientes:


-¿Cómo analizamos la votación simbólica obtenida por estos partidos en territorios de fortísimas y recientes resistencias (Santa Cruz Barillas, Cahabón, Sipakapa, El Estor, y muchos otros) y en general la discontinuidad entre la organización social y comunitaria exitosa y la representación partidaria? 


-¿Por qué el partido Semilla superó a partidos indígenas en territorios indígenas como Chimaltenango o Sacatepéquez? 


–¿Qué sucedió para que la fuerza histórica acumulada de los pueblos (conciencia, proyecto, capacidad y estrategias de resistencia) y también la fuerza electoral reciente (participación en 2019 de Thelma Cabrera) se diluyera en los últimos meses?.


Por otro lado, en este momento se plantea otra paradoja mayor: Semilla, que no es partido ni movimiento antisistema, concita la suma de todos los miedos del estatus quo (pacto de corruptos-elites) y esperanzas de quienes -desde el campo popular- consideramos este sistema irreversiblemente agotado. 


Frente a la continuidad, se visibilizan dos alternativas, que no deben ser contrarias: quienes promueven recuperar y fortalecer un Estado apegado al mandato constitucional (orientado a la garantía de derechos y el bien común), y aquellas construidas desde demandas de pueblos originarios y sectores populares, a partir de un nuevo pacto político (Asamblea constituyente popular y plurinacional para el Buen Vivir) superador del marco constitucional vigente. Entremedias, los inevitables puntos de encuentro y tensiones creadoras, sobre todo coyunturales y en espacios de transición. 


Para cabalgar y no descabalgar (Isabel Rauber) en esta coyuntura es necesario, en mi opinión, impulsar acciones para la articulación de esfuerzos, identificando lo común y tomando nota de algunas lecciones que nos dejan las votaciones del 25J, con tres retos fundamentales. 


El primero, ser conscientes de que el triunfo (en segunda vuelta electoral o prescindiendo de la misma) de los partidos políticos continuistas amenaza con normalizar la dictadura, no solamente en las instituciones sino en el sentido común social. Asimismo, la historia reciente nos da ejemplos de que exacerbar las contradicciones y tocar fondo no alimenta la indignación, sino profundiza el desánimo social y la anomia.  


El segundo reto, consecuencia de lo anterior, es reconocer que las posibilidades y condiciones para continuar impulsando el proyecto político plurinacional se incrementan con un gobierno de Semilla y un proceso de recuperación de un Estado constitucionalista, sin falsas ilusiones ni idealizaciones. Al mismo tiempo, en lo inmediato, el debate sobre el debate sobre el Estado plurinacional pierde centralidad y requiere ser renovado, igualmente desde la articulación y sin protagonismos. 


El tercer reto es organizativo. La apertura a nuevos sectores y visiones (incluidos los no organizados) y la necesidad de alianzas internas entre organizaciones y partidos políticos de izquierda, obliga a superar culturas, formas de organización, procesos para la toma de decisiones y determinados liderazgos que carecen de prácticas de escucha y consenso, desconocen la posibilidad de unidad en la diversidad, consideran la crítica y la autocrítica como riesgo, sólo reconocen como legítimas sus luchas y acciones, son esquivos a la apertura generacional y hacia las mujeres, y funcionan con formas más propias del conflicto armado (verticalismo, secretismo) que de lo que necesitamos -y la población espera- en esta etapa. 


Sí, cambiar nosotras y nosotros, si queremos que (esto no siga igual) todo cambie.

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