Fotografía: Ana María Cofiño. Manifestantes rodean el edificio del Congreso, 15 de septiembre |
Andrés Cabanas, 17 de septiembre de 2017
El 15 de septiembre de 1821 los criollos decretaron
la independencia de España, para “prevenir las consecuencias temibles en el
caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”. El 14 y 15 de
septiembre de 2017 sectores populares y sociales reafirmaron la lucha por una independencia
real, que implica una nueva organización estatal y social, desde los
pueblos y no desde los actores tradicionales.
Una hipotética acta de estos dos días de septiembre
diría aproximadamente:
El pueblo (en toda su diversidad y complejidad
económica, etaria, étnica, de pensamientos, deseos y visiones) se auto convoca
para prevenir:
Punto 1, Las consecuencias temibles en el caso de
que el país siga en manos de las elites de siempre, que manejan las
instituciones a su antojo y operan su pacto de impunidad para el despojo.
Punto 2, Las consecuencias todavía más temibles en
el caso de que, después de varios relajos, las elites acaben firmando un nuevo
pacto entre ellas, para que no cambie nada o cambie la superficie sin
transformar este Estado-sistema de minorías.
En la película Groundhog day (El día de la marmota,
Atrapado en el tiempo) el protagonista vuelve a vivir idéntica situación en el
despertar de cada mañana. En Guatemala hemos vivido 195 días de la
marmota, repetidos y cansinos 15 de septiembre con banderas equívocamente
unificadoras, tambores de guerra, discursos vacíos de democracia, el falso país
hecho por los ricos para ellos mismos. Donde ellos ven unidad nacional,
independencia, desarrollo, progreso, armonía, aparecen injusticias y violencias
con envoltorio azul y blanco, mientras todos seguimos encendidos en
patrio ardimiento.
Ilusión y ficción. Este imaginario de unidad
nacional y proyecto colectivo se agrietó el 14 y 15 de septiembre. Durante dos
días, movilizaciones multitudinarias en la capital y todo el país cuestionaron
leyes criminales, la impunidad legislativa y del ejecutivo, una
institucionalidad y un ejercicio político separados del bien común y la
promoción de derechos, en la creciente (y criminal, dice Claudia Samayoa)
dictadura.
Pero la disputa de fondo fue simbólica, expresada
–además de en discursos y palabras- en las acciones realizadas. Por ejemplo:
El día 14 en la tarde noche, se disputó el acto
altamente emotivo de la izada de la bandera, realizado tradicionalmente por
militares con presencia de todos los poderes del Estado. El acto fue suspendido
y la bandera sustituida por un nuevo emblema, de rojo y luto.
El día 15, en la mañana, el desfile de la
independencia, demostración de autoridad de los poderes tradicionales
(ejecutivo, legislativo, judicial, militar, iglesia, educación a través de las
no inocuas bandas escolares) fue reemplazado por la movilización de la
recuperada Asociación de Estudiantes Universitarios. Se anuló la celebración
del acto de fundación de un proyecto falsamente colectivo.
El día 15, desfiles escolares en todo el país se
convirtieron en denuncia de la patria del criollo.
El día 15, hasta entrada la noche, el poder
legislativo, que traduce en puntos resolutivos, decretos y leyes de urgencia
nacional los intereses consensuados de todos los actores dominantes, fue
rodeado durante aproximadamente ocho horas por grupos de manifestantes. El
encierro de más de 100 diputados no fue solamente externo sino el espejo de su
aislamiento social: legisladores y gobernantes solos en sus trincheras,
pretendiendo decidir con alevosía, criminalidad y sensibilidad nula sobre el
destino de 15 millones de personas.
Esta es, en mi opinión, la importancia y el punto
de ruptura de las movilizaciones del 14 y 15 de septiembre (que a la vez son
consecuencia de luchas precedentes). Miles de personas firmaron el acta virtual
de defunción de las falsas legitimidades sobre las que se construye este Estado
y esta nación. Al retomar un largo ciclo histórico (al menos desde 1821) para
empezar a construir uno nuevo, los horizontes políticos se amplían.
Por ello no es casual que en los escenarios de la
disputa aparecen sobre todo los jóvenes (lo que nos recuerda el enorme peso
referencial de las luchas estudiantiles y su potencial articulador). Rostros
nuevos y otras prácticas políticas para enfrentar las continuidades pétreas y
sus reacomodos periódicos. Certezas y verdades inmutables (la patria, la unidad
nacional, los poderes legítimos) confrontadas desde la legitimidad de un nuevo
país construido en las calles, con la población, de formas múltiples.
El día 15 a
las 15 horas
Pero estos poderes y este Estado deslegitimado y
aislado van a vender cara su retirada. Para sobrevivir, reforzarán sus señas de
identidad-autoridad: nuevas leyes agresivas, criminalización de instituciones y
sobre todo organizaciones sociales (estudiantes, movimientos territoriales,
movimientos ciudadanos y de mujeres), intolerancia, oscurantismo. Más impunidad
y poder ilegitimo.
A la par, acechan los que esperan pescar en este
río revuelto, tanto operadores políticos que se desmarcan de otros operadores
cuestionados, como el poder económico y empresarial, calculadamente ambiguo,
que pretende resolver con reformas mínimas y a la carta (depuración del
Congreso controlada, ley electoral que fortalezca sus privilegios y elimine
competencia económica) una situación de crisis que solo es posible trascender
con medidas de fondo, porque conecta lo conecta lo inmediato con lo “sistémico
e histórico” (Simona Yagenova).
Falta mucho por hacer, pero una nueva idea de
pueblo y colectividad está creciendo. Con todos los sueños y los retos: la
articulación y unidad; la construcción en la diversidad –visiones y formas de
lucha-; el desplazamiento del centro político urbano al pluriespacio
territorial indígena y campesino; la búsqueda -a veces parece que imposible- de
síntesis entre las coyunturas intensas y las transformaciones estructurales; la
acción necesaria contra la explotación económica y sus actores indemnes; la
necesidad de pensar en otro sistema y otro Estado más allá del actual fenecido
y sus instrumentos reconocidos (partidos políticos, democracia representativa,
etc.).
Si pensáramos en la segunda parte de la
probablemente innecesaria Acta de Septiembre 2017, finalizaría más o menos así:
Punto 3. Este tiempo que vivimos contiene muchos
tiempos: los que soñamos para el mañana y cuando los soñamos empiezan a hacerse
realidad. Los que aprendimos de nuestros ancestros, durante generaciones. Somos
herederas y herederos, guardianes de sus logros y luchas.
Punto 4. Este tiempo no es de verdades inmutables.
Es de pluralidades, renovación, desafíos. Es el tiempo de los sueños y las
dudas, de las convicciones y las incertidumbres, para seguir construyendo juntos
y juntas.
(Este borrador puede ser enmendado, tachado,
desechado, anulado o asumido. De todas formas, el viejo país muere y el nuevo
viene. Y va).
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