El mayor fracaso de los procesos de articulación/confluencias/trabajo conjunto entre partidos (progresistas, de izquierda, democráticos e impugnadores) no fue la ausencia de logros, sino el apenas intentarlo. Mientras en espacios de debate de colectivos de base, en publicaciones y estados de opinión manifestados a través de redes sociales, se percibió un sentir favorable a que aquellos partidos realizaran todos los esfuerzos posibles para definir caminos conjuntos de lucha, las respuestas partidarias fueron frustrantes. No se pudo, porque aquellos no piensan igual que nosotros, los de más allá no son suficientemente revolucionarios o son demasiado revolucionarios, aquelotros son débiles y con los débiles no se negocia. Punto final, se acabó la discusión.
Una visión reduccionista de la articulación se convirtió asimismo en freno para alcanzar acuerdos mínimos: se (dizque) negoció desde y para siglas y organicidades preexistentes, con espacios acotados de poder; los cálculos electorales antecedieron al debate sobre rutas de acción; se plantearon negociaciones de cúpulas, no de colectivos amplios. Las disputas egoístas de liderazgos, individuales o colectivos (la hegemonía de una organización frente a otras) anularon la posibilidad de acuerdos mínimos y/o estratégicos. Finalmente, la responsabilidad de no llegar a acuerdos siempre fue de los demás.
En vez de tender puentes y generar condiciones para el entendimiento, se optó por alimentar la descalificación del otro, marcadamente hiperbólica y tóxica, imponiendo subjetivamente la idea de la superioridad política y moral de unos dirigentes y organizaciones sobre otros. La apertura, el diálogo y el consenso como instrumentos estratégicos y valores esenciales de la acción colectiva quedaron, una vez más, arrinconados.
La coyuntura de profundo alargamiento de la dictadura (a la dictadura económica y monocultural se añade la dictadura política que desconoce principios básicos de la democracia formal) tampoco fue acicate para enfrentar de forma conjunta el pacto de impunidad que perpetúa intereses de unos pocos. La decisión fue y es actuar por separado y de forma reactiva.
¿Es tarde ya? Para el proceso electoral, sí. Nunca para pensar y trabajar por un nuevo, distinto y diverso pluripaís, desde la radicalidad de nuevas formas de organizarnos y pensarnos, a partir de la pluralidad y el entendimiento de personas, visiones, pensamientos y sentires, y la apuesta irrenunciable por trabajar juntas y juntos.
22 de marzo de 2023
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