Los 33 días que restan para el evento electoral pueden hacerse eternos. En esta campaña hablan muchos, se habla mucho y de muchas cuestiones, pero con una uniformidad -y vacío de propuesta- aplastante. Miles de palabras e imágenes difundidas nos dejan la sensación de que nada nuevo se ofrece bajo el sol electoral, por lo menos por parte de partidos y candidatos auto reconocidos de derecha y centro, que son la mayoría. El exceso de candidatos, banderas, carteles, memes, canciones y siglas difícilmente identificables no oculta que estas formaciones ocupan un espacio político similar, con planteamientos semejantes: proextractivistas, desalentadores de inversión pública, autoritarios-militaristas y contrarios a una vigencia plena de derechos (especialmente de la diversidad sexual y de género), filiación o lazos con el actor oculto electoral, el crimen organizado, que tiene una enorme capacidad de infiltración para generar agendas.
Los partidos conservadores (dominantes en lo mediático, en cuanto a recursos invertidos y en algunas encuestas), reflejan una mezcla (inquietante) de conservadurismo, populismo, arrogancia, desconocimiento de las realidades múltiples del país y exaltación de poder e impunidad, lo que invita a pensar que -se imponga quien se imponga entre este grupo de candidatos- las acciones políticas que emprendan agudizarán problemas históricos.
¿Y las disputas de elites?
Este proceso electoral aparenta ser, de nuevo y sobre todo, un instrumento eficaz para la perpetuación de los privilegios, a partir de un esquema hasta ahora infalible: aparecen nuevas caras que defienden lo mismo, o viejas caras que afirman renovar prácticas y propuestas, logrando ocupar un amplio espectro en el imaginario político: defienden o se benefician de la corrupción pero la atacan; son los dueños de medios de producción y se rebelan de boca hacia afuera contra los mismos y su lógica de explotación; retuercen la ley (desde el uso anómalo de los instrumentos electorales) para invocarla exclusivamente en su beneficio; al mismo tiempo que se aprovechan y son parte del sistema de privilegios-explotación-exclusión, hacen gala de vocación antisistémica.
En este marco, las fuertes disputas entre partidos representantes de sectores dominantes pueden leerse en tres claves complementarias:
- Dificultad para lograr acuerdos internos, especialmente por la pujanza y autonomía política- económica del actor capital emergente-economía criminal (a la vez heterogéneo) y por la pérdida de influencia económica y política de las cámaras empresariales tradicionales (CACIF).
- La continuación de la profunda crisis de legitimación, y por tanto de estabilidad institucional, del sistema político, que se evidenció en 2015 y no ha sido superada, aunque el "establishment" recuperó iniciativa política.
- Una tendencia cada vez más fuerte a romper la mesa de la democracia formal electoral. En este marco se prescinde del sistema electoral al no considerarlo ya válido para resolver disputas de elites y actualizar pactos entre actores hegemónicos.
No obstante, las presiones internas y externas (sector demócrata en la administración norteamericana y grandes inversores internacionales) continuarán incidiendo para lograr acuerdos mínimos y para trasladar las tensiones no resueltas a siguientes escenarios: conformación del gabinete, pactos en el congreso, pactos con los alcaldes, agenda legislativa y políticas públicas, etc.
Participación electoral popular, ¿para qué?
En 2023 las (no) condiciones de la participación electoral son las más negativas desde la aprobación de la actual Constitución, empezando por el rechazo arbitrario de candidaturas hasta la judicialización del proceso (efectuada por tribunales sin aval democrático ni veeduría social) pasando por un escenario de fraude electrónico en el conteo de votos, que ampara la autoridad electoral voluntariamente ausente. Los partidos conservadores cuentan con recursos, poder institucional y mediático, despliegan estrategias de cooptación y convencimiento, especialmente en el ámbito local y finalmente desconocen las reglas que ellos mismos escribieron.
A pesar de estas adversidades, es ingenuo no reconocer que las elecciones continúan generando expectativas de cambio en sectores sociales organizados: expresiones vinculadas a luchas sociales y comunitarias, con propuestas de recuperación democrática en unos casos y de refundación estructural del Estado y el sistema desde la mirada y el protagonismo de pueblos indígenas, mujeres, comunidades en resistencia, y otros.
También es ingenuo desconocer que esta participación partidaria tiene que separarse de la cultura política dominante, a riesgo de validar el proceso electoral hecho por y para otros intereses. En mi opinión estos son los principales retos de la participación, descritos en función de la participación electoral, pero que en general constituyen retos de organización y acción para partidos y movimientos sociales, más allá de este periodo.
Reto. Acumular fuerza alrededor de propuestas de cambio.
La participación electoral de las llamadas y autoreconocidas organizaciones progresistas, de izquierda y transformadoras (que en términos electorales se traduce en cuatro o cinco organizaciones, si se incluye a VOS como algunos hacen) no puede limitarse a la pelea por votos y representación institucional, sino debe tender a ensanchar el espacio político para la transformación estructural-refundación del Estado, impulsando el conocimiento y apropiación de estas propuestas. Esto implica rebasar las formas tradicionales de búsqueda de votos, basadas en propaganda y acciones que apelan a la emoción, identificación con liderazgos y marcas electorales, utilización de eslóganes y mensajes cortos que desdibujan el debate sobre ideas y proyectos políticos, con herramientas más cercanas a la formación, el debate y el diálogo político crítico.
En general y en un contexto de mensajes-eslogan sin propuestas claras, es un reto sacar el foco de la denuncia del sistema y la crónica anunciada del fraude inevitable hacia las propuestas, concretas y sistémicas, que permitan asimismo articular esfuerzos alrededor de acciones y programas.
Reto. Disputar el poder local, descentralizar la acción política.
El hiperpresidencialismo privilegia las elecciones presidenciales sobre las decisiones territoriales y municipales. Para evitar esta simplificación es necesario apostar por la disputa comunitaria del poder local, como base para plantear la disputa general, y no al revés.
La disputa del poder local conlleva enfrentar los poderosos mecanismos de cooptación y clientelismo -que se expanden en contextos de sobrevivencia económica y también de falta de propuestas consolidadas- con acciones articuladoras, capacidades de plantear propuestas concretas a problemas comunes y de vincular estas propuestas al cambio estructural del Estado y el sistema.
Reto. Motivar la participación política de población no organizada.
La apatía, la no participación o la participación acrítica de la población, son funcionales al sistema. La apertura hacia la población no organizada implica, más allá de trasladar mensajes, abrir espacios de escucha, diálogo y retroalimentación de propuestas, y generar alianzas estratégicas, que rebasen lo partidario y lo electoral.
Reto. Cambiar las formas para cambiar el fondo.
El proceso electoral se realiza en el marco de una cultura política centralizada, personalista, impositiva y con rasgos autoritarios. La política para el cambio debe distinguirse no solo en los contenidos sino también en las formas de organización y acción que prefiguran la nueva sociedad, entre otras:
-la selección horizontal y con protagonismo comunitario de candidatas y candidatos,
-la construcción colectiva y participativa de propuestas,
-las alianzas con comunidades y organizaciones sociales, sin subordinaciones ni imposiciones,
-la renovación generacional y la búsqueda de la participación equitativa de diferentes sectores sociales, de hombres y mujeres.
En mi opinión, la renovación de la cultura política debe incluir además una reflexión y autocrítica profunda sobre las dinámicas autoritarias y centralizadas, los patrones de liderazgo violentos y machistas, el sectarismo y la soberbia que nos lleva a considerarnos la mejor opción y/o la única opción posible, y que desvaloriza la construcción colectiva a partir de muy diversos sectores sociales, incluida la población no organizada.
La lucha sigue después del 25
Las elecciones, a pesar de su vigente centralidad en la reproducción del sistema de dominación, no son para los sectores dominantes un parteaguas y momento de cambio (aunque implican cambios y adaptaciones) sino parte del continuo del ejercicio del poder dominante. De hecho, se realizan porque son útiles para la reproducción del actual esquema de poder, no por vocación e identidad democrática de las elites y el sistema.
Para las fuerzas impugnadoras, elecciones y partidos deben ser igualmente otro espacio de acción, sin pensar que después del 25 de junio el país caiga en un hoyo tan profundo que sea imposible remontarlo (el día de la derrota), o por el contrario que un sobresalto electoral otorgue el poder legislativo para la recuperación del país (el día de la victoria).
Concebir las elecciones como
otro momento de lucha implica repensar y revalorizar todas las luchas y los diversos actores que -al menos en este periodo- aparecen en un segundo plano, pero que resisten, construyen, aportan,
imaginan, sueñan, innovan, sufren y celebran pequeñas y grandes victorias. Antes y después del 25J, todo el tiempo, en todas partes.
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