Soñar y construir colectivamente un país nuevo

El autoritarismo renovado, la legitimación ideológico-cultural de la violencia (que incluye jerarquía, ordeno-mando-obedezco, mano dura), el recorte de libertades y derechos (“la mutilación de la democracia”, Edgardo Lander) nos exigen nuevos pensamientos y prácticas políticas, que al mismo tiempo reivindiquen nuestras memorias e historias de resistencia.

El ejercicio del poder (la maximización del despojo y la desposesión) se vuelve sofisticado: los intereses se fragmentan en lo inmediato (control de los ámbitos de acumulación) y coinciden en lo estratégico (las modalidades de acumulación); los actores son múltiples: oligarquía, ejército, nuevos ricos, seguridad privada, sicarios, operadores, economía criminal, transnacionales, translatinas, medios de comunicación. Todo ello hace necesarias luchas, estrategias y pensamientos cada vez más complejos.


Reconfiguración militar y autoritaria

No son buenos tiempos para la democracia. Sin más, no son tiempos de democracia. Los Acuerdos de Paz pasan a la historia, no importa que el mismo que los firmó sea el encargado de en­terrarlos formalmente.

Se abandona la idea de pacto fiscal por las actualizacio­nes ambiguas y los aportes empresariales voluntarios, olvidando el carácter estratégico de las propuestas fiscales contenidas en los Acuerdos de Paz, que perseguían el incremento de la recau­dación tributaria, al tiempo que diseñaban un Estado Rector, fuerte, en el marco de un modelo económico redistribuidor.

Se remilitariza la sociedad, con el Ejército abocado de nuevo a la seguridad interna, específicamente un sector del mis­mo especializado en acciones de inteligencia, desestabilización, infiltración de movimientos y control social. El refortalecimien­to militar va más allá de la presencia física en los territorios (ex­cesiva). Al retomar el control de instituciones estatales, el ejérci­to se convierte en reproductor de mensajes, símbolos, ideología. Y adquiere un grado creciente de participación en la toma de decisiones y la definición de políticas.

En medio de esta vorágine autoritaria, nos olvidamos que la desmilitarización, propuesta en los Acuerdos de Paz, im­plicaba no sólo una reducción material de efectivos, sino una transformación ideológica, política y cultural: el consenso, las negociaciones, los acuerdos, el poder colectivo civil, sobre las imposiciones y los autoritarismos, hoy de nuevo determinantes. De órdenes nos nutrimos y órdenes esperamos: se gobierna, el gobierno de Pérez Molina y el Partido Patriota gobiernan, con arenga y por decreto, con secretividad y sin tener en cuenta nor­mas, procedimientos, leyes. 

El neo militarismo, el autoritarismo político, ideológico y simbólico (el símbolo más contundente, un ex general acusado de genocidio en la presidencia del gobierno) son exigencias del sistema de despojo, garantía de reproducción-acumulación, en un marco económico que refuerza el sistema primario agroex­portador dependiente, depredador, orientado a la exportación en detrimento de las necesidades de consumo básico.

Por todo lo anterior, podemos preguntarnos si estamos ante el fin de una eta­pa donde los referentes (más teóricos que prácticos) fueron los Acuerdos de Paz y la Constitución de 1985. Entramos a un nuevo ciclo político, marcadamente autoritario, concentrador, excluyen­te y violento, que en un escenario probable quedará formalizado con la firma de una nueva carta constitucional, en la línea del constitucionalismo autoritario (Gerardo Pisanello) y bajo la pre­misa de una nueva concentración de poder (presidencialismo).

En definitiva asistimos a la transición autoritaria: de de­mocracias formales o de baja intensidad a dictaduras constitu­cionalistas (como se denomina en Honduras el nuevo orden pos golpista), estados militares (El Salvador), democracias o gobier­nos cívico militares (Álvaro Arzú en Guatemala), bajo la lógica de la concentración de la toma de decisiones y la agudización de las diferencias sociales. Retomando a Boaventura de Sousa, un sistema que mantiene formas democráticas (partidario-electoral) pero es excluyente en lo social y económico. En este nuevo ciclo se actualiza el pacto histórico oligarquía-ejército, adecuándolo a esta fase de acumulación y al contexto político, tanto regional como local, donde es clave la presencia de la economía criminal y de los planteamientos ultraconservadores de gobiernos y em­presas extranjeras, especialmente centroamericanas, colombianas, europeas y norteamericanas, con posturas abiertamente progolpistas (Honduras) y nada disimuladamente antidemocráticas.

Mentalidad plana frente a pensamientos complejos

En este tiempo de militarismo reconfigurado y autoritarismo renovado, predominan las ideas planas, las consignas, las cons­trucciones abstractas y binarias (es bueno para todos los guatemaltecos, queremos el desarrollo, ahora sí, la sociedad lo demanda). 

A esta mansedumbre conceptual no son ajenas las lu­chas y los movimientos sociales. Mientras el nuevo proyecto para la vieja dominación se estabiliza, los movimientos sociales somos conscientes de que nos quedamos sin preguntas cuando teníamos todas las respuestas. Sin respuestas para las preguntas que después nos hicimos. Y cuando logramos adecuar las inte­rrogantes a las razones no hallamos las palabras precisas para ex­presarnos: viejos conceptos quedan en desuso para la dimensión actual de los problemas y las soluciones.

Certezas históricas, que al tiempo fueron lastre pasado, se quedan en los caminos. Por ejemplo:

el sistema capitalista tiende a derrumbarse por sí mismo;  
el desarrollo parte del crecimiento continuo y el reparto justo del esfuerzo productivo; 
el Gobierno es el Estado y el Estado es el Poder; por tanto, Gobierno es igual a Poder; 
la vanguardia es el partido, el partido representa la clase y la clase es el pueblo, por consiguiente vanguardia es igual a pueblo; 
la transformación-emancipación-revolución es un momento preciso (la toma del poder, cuando entendemos que el poder es el Estado); lo económico determina lo subjetivo y lo ideológico.

Certezas con mayúsculas: las luchas centrales (las económicas, la toma del gobierno) y las que pueden esperar o se van a resolver por sí solas (la violencia contra las mujeres, el racismo).

CERTEZAS: el papá Estado, el papá partido, comandancia general ordene, EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS.

TAMBIÉN CON MAYÚSCULAS: los actores únicos y los dirigentes permanentes, investidos por la legitimidad que dan las razones históricas.

Hoy, debemos creer y decirnos que, en términos de identidad emancipadora-revolucionaria, no todo lo anterior es inservible, pero no todo lo anterior es rescatable. Sin certezas definitivas, nos queda “construir en las incertidumbres”, como nos aconseja Edgar Morín a través de Raúl Zibechi. No tenemos todas las respuestas, pero podemos usar un “catálogo” (por decirlo a la vieja manera) de intuiciones. Viejos dogmas sustituidos por negaciones creativas:

- No existe una opresión prioritaria, privilegiada, central (como analiza la teoría revolucionaria clásica hasta los ochenta, que pervive en organizaciones y prácticas) sino un sistema de opresiones articulado y entrelazado, que se manifiesta de forma simultánea sobre territorios, cuerpos, personas, comunidades, colectividades.

- La multidimensionalidad de los sistemas de opresión deriva en estrategias múltiples de resistencia.

- En este marco multidimensional de luchas, los sujetos cen­trales, referenciales, devienen en sujetos colectivos y plura­les para la transformación. Por tanto, debemos construir “unidad sin unicidad y buscar la diversidad sin caer en la dispersión” (Isabel Rauber).

- Las diferencias no dividen a los movimientos. Por el con­trario, acumulan, fortalecen, dinamizan procesos sociales. El ejercicio de conocer, asumir, debatir y crecer a partir de las contradicciones es imprescindible para la transforma­ción social.

Los caminos de la articulación social

La incertidumbre más cierta o la certeza medianamente insegura tiene que ver en este contexto con la articulación como estrate­gia privilegiada. Isabel Rauber habla de vocación articuladora: un pensamiento político y una práctica permanente: “Pensar los caminos de la transformación social desde (y con) la articulación es una forma de entender la realidad y, a la vez, un método para intervenir en ella, para construir en todos los terrenos. Reviste relevancia estratégica dada la necesidad de recomposición –vía articulación- del tejido social hoy virtual­mente desaparecido tras su profunda atomización”. 

En el fondo, se trata de reivindicar principios tan sencillos que extraña que hayamos invisibilizado y marginado. U olvidado. Olvidamos el reconocimiento de las y los otras-os como actores estratégicos y aliados en procesos de transformación. El reconocimiento de las distintas-diferentes miradas y visiones: no dialogamos sólo entre quienes pensamos lo mismo y para con firmar nuestras visiones, sino para confrontarlas, enriquecerlas, complementarlas.

Olvidamos que la articulación no es homogeneización, ni la suma de los actores, sino la síntesis de lo diferente. Frente a una visión de articulación como inclusión, apoyo a Mi Proyecto, Mi Instrumento, sumatoria cuantitativa de fuerzas (uno más uno igual a dos), el diálogo y la articulación implican lo anterior y van más allá: redefinición de las propias miradas y conceptos, conformación de un sujeto plural cualitativamente diferente.

Olvidamos que mujeres, pueblos indígenas, líderes y organizaciones comunitarias, comunidades como sociedad en movimiento más que como movimiento social (Zibechi) son actores clave en este tiempo, y por tanto protagonistas de los nuevos procesos.

Olvidamos (de tanto que hemos caminado en la dirección contraria), que solamente con la participación activa y las ideas de todas y todos podemos construir un mundo nuevo. No sectorializados, no tematizados, no aislados. No solos sino con todos los brazos, todas las cabezas, todos los pensamientos, todas las miradas, todos los sueños, en un ejercicio de creatividad, pasión, reflexión, acción y complicidades plurales y transgresoras. 

Olvidamos la esperanza: el gobierno Patriota, el neoliberalismo y la remilitarización no son el fin de la historia.

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