2 de octubre, 23-24
Si recordar es volver a vivir, a partir de este 2 de octubre corresponde -durante 106 días y en estricto orden cronológico- revivir los encuentros, los reconocimientos, los sueños y las épicas (aún incompletas) del levantamiento indígena 2023 (Yakatejem).
Rememoramos un paro que no fue un paro más: lleno de dignidad y razones pero parcial en cuanto a territorios y sectores involucrados, derrotado mediáticamente por el discurso contra “bloqueos”, limitado en el tiempo a medio o un día de duración, como la mayoría de movilizaciones convocadas desde 2015. Por el contrario, la reserva moral y organizativa, la fortaleza surgida de la indignación y la convicción de las comunidades, convirtieron una movilización focalizada en la sede del Ministerio Público con demandas muy específicas, en ejercicio de afirmación de autodeterminación de los pueblos, que introdujo las demandas, la cultura, la cosmovisión de los pueblos y sus formas de organización y decisión en los diálogos políticos y sociales, articuló -aunque brevemente- ciudades y pueblos, y situó a los pueblos originarios en el centro del poder político, entendido como poder propio de decisión (todavía embrionario y en construcción).
El dos de octubre y siguientes días fueron más allá de una manifestación contemporánea de oposición a un sistema de organización y relaciones (valores) fundado en la imposición, la exclusión, el bienestar personal como objetivo y el individualista sálvese quien pueda como modo de vida, construido sobre múltiples violencias estructurales y cotidianas. Durante el levantamiento, in crescendo, el actuar de dirigentes y comunidades indígenas convocantes (dialogante, incluyente, “limitado” por el mandato de asambleas comunitarias y el consenso necesario con otros pueblos) remarcó las diferencias con el Estado violento y alejado de las demandas de la población.
Pudimos descubrir que eran posibles, porque estaban vigentes, otras formas de hacer política, así como de organización y resistencia social, sin repetir modelos verticales de toma de decisión y sin liderazgos indiscutidos.
Conocimos de primera mano formas diferentes de acción colectiva, basadas en la escucha, el diálogo, el consenso, la decisión colectiva, el reconocimiento de la validez de otras propuestas, el alejamiento del sectarismo y creer que yo tengo la única verdad.
De todo esto, y de mucho más que empezamos a recordar, va entonces el esfuerzo inevitable de la memoria. Tenemos también que revivir incertezas, miedos, tensiones, contradicciones y, por qué no decirlo, incomprensiones y desconfianzas alrededor de las nuevas fuerzas o las fuerzas ancestrales renovadas en disputa con el Estado.
Que tire la primera piedra quien, en el fragor de aquellas largas horas, no manifestó o sintió recelo sobre el papel protagónico de pueblos y comunidades, invisibilizados en la historia oficial y reducidos en el relato de la resistencia al papel de acompañantes del sujeto político central, que viene siendo urbano, mestizo, hombre, obrero, intelectual y/o estudiante.
¿Cuántas y cuántas no participamos en reuniones y asistimos a debates que comenzaban cuestionando la ingenuidad, la falta de experiencia, la escasa cintura política de los dirigentes comunitarios?
¿Quiénes no queríamos reconocer el papel protagónico de mujeres y juventud, con nuevas demandas y en reclamo de otros espacios y maneras de decisión, negándonos a admitir la presencia activa de una nueva generación, al fin en un nuevo ciclo político?
La memoria: sueños y recelos. Puertas que se abren y portazos que nos dan. Viejo orden y viejo desorden de las luchas que se niegan a desmontarse, mientras la nueva organización se construye de forma compleja. Lo avanzado y lo que no se logra.
No dejamos de reconocer las limitaciones del ejercicio del poder de los pueblos, los riesgos de cooptación, el reacomodo de actores que recuperan parte o todo su poder, la complejidad de una transición difícilmente reemplazable y al mismo tiempo estructuralmente limitada.
Pero, recordemos: el 2 de octubre los pueblos originarios comenzaron a escalar un cerro. Ciento seis días después descendieron, con mayor dignidad, de una gran montaña.