Libertad para Esteban Toc y todos los perseguidos y presos políticos

Para los sectores de poder que apuestan a encarcelaciones masivas, en las peores condiciones, las medidas sustitutivas otorgadas a el exvicealcalde indígena Esteban Toc son un revés.

La Jueza siguió sin fisuras el guion del Ministerio Público: 1. Acusar primero e investigar después. 2. Criminalizar el derecho de manifestación pacífica y expresión, considerándolo asociación ilícita, sedición, terrorismo, obstaculización a la acción penal y obstrucción a la justicia. Sin embargo, no se animó a reingresar a Esteban a la cárcel.

La respuesta masiva al enésimo episodio de persecución arbitraria, discriminadora y claramente política (por parte de un Ministerio Público que actúa cada vez como gobierno paralelo, partido político o ente electoral que limpia el escenario para los próximos comicios) logra reducir el impacto de la agresión a la organización comunitaria y popular y a la dirigencia que representa las demandas de esta organización.


En sentido contrario a algunos análisis manejados por actores del pacto de corruptos, la suspensión de las actividades por la independencia del 14 y 15 de septiembre en Sololá y las movilizaciones (especialmente la multitudinaria del 5 de septiembre en Sololá) muestran una organización comunitaria y de los pueblos activa y con capacidad de articular esfuerzos, que además empezó a generar un efecto dominó en otros territorios (San Cristóbal Totonicapán) y amenazó o amenaza con resquebrajar uno de los escasos instantes (la celebración de la independencia) en los que los sectores dominantes tradicionales logran imponer cultural y simbólicamente su idea de nación (posiblemente, ligar a proceso pero permitir la prisión domiciliaria es un intento para debilitar la oposición a los festejos de independencia).


El MP, el sector justicia, actores políticos y los poderes económicos articulados en el pacto de corruptos parecen tener clara la amenaza para su poder impune de la organización y articulación de pueblos indígenas, comunidades y sectores populares.  Lo que no logran calibrar, y los descoloca permanentemente, son los tiempos y las formas en que esa organización se manifiesta e interrumpe la monotonía del poder tradicional. Cuando la consideran debilitada y desunida, se encuentran con 106 días de movilizaciones masivas, nacionales, articuladas y con capacidad de involucrar a amplios sectores sociales. Cuando apuestan a respuestas violentas que impulsen una espiral de nuevas acusaciones, los pueblos y comunidades optan por el cuestionamiento y la disputa de símbolos. Cuando piensan que las demandas coyunturales y las luchas propias de distintos pueblos y organizaciones anulan la capacidad de acciones conjuntas, se encuentran con que las reivindicaciones estratégicas afloran de nuevo, y en estas hay coincidencias sobre la patria que no somos y el pluripaís que queremos ser. 






Andrés Cabanas, 6 de septiembre de 2025


Democracia comunitaria, democracia electoral (y sus respectivos Estados)

La acción colectiva del pueblo tz'utujil de Tz'ikin Jaay Tinamit (Santiago Atitlán) para retirar “plantaciones” de tilapia degradadoras del ambiente y la salud, orienta un camino cuando las instituciones del Estado y el marco legal vigente son incapaces de responder a demandas colectivas. En este caso, la acción comunitaria se hizo imprescindible ante el silencio y/o la inacción de la Municipalidad, las instancias con competencias en el ambiente, los diputados y otros actores.

Cuando las leyes ordinarias son contrarias a las necesidades de los pueblos o son ignoradas si promueven derechos; cuando la institucionalidad opera a a favor de intereses privados; cuando los partidos políticos y representantes electores intermedian e inclinan la balanza, siempre, siempre, siempre, hacia la cancha de los poderosos, se impone la ley o decisión comunitaria, la que es definida por todas y todos.

Otras voces, otras formas  

El ejercicio de la autonomía política y la decisión comunitaria es funcional, no solamente porque da respuesta a problemas sino por su legitimación, a la vez causa y consecuencia de la articulación comunitaria. En un contexto determinado por liderazgos y representaciones corruptas, impositivas y excluyentes, alejadas de la búsqueda del bien común (mayoría de diputados, cúpulas de algunos sindicatos, fuertes y firmes operadores de la injusticia), sobresale la organización construida para representar la voz de las comunidades, que actúan y deciden a partir de las opiniones de las mayorías, después de largos periodos de reflexión y escucha.

Las  y los representantes operan a partir de la expresión de la voluntad de las comunidades y su participación activa. Cabe decir que lo hacen asimismo de forma no remunerada, con carácter rotativo y con el fin del servicio y no del beneficio, a diferencia de la política tradicional profesionalizada y exageradamente retribuida, con salarios que no tienen relación con los resultados ni con el nivel de vida de la población.

Así como la acción comentada del pueblo tz’utujil abundan ejemplos de este ejercicio -cotidiano y/o extraordinario- de “autoridad compartida”. El levantamiento de 2023 (Pab’anem Yakatajem), criminalizado por sectores tradicionales de poder, es otro momento relevante. 

Los pueblos originarios mantienen, a pesar de sucesivos intentos de aniquilación humana y  de su base material y simbólica, formas propias de organización y  resolución de conflictos. En esta fase de la historia, se amplían -por necesidad y decisión propia- los ámbitos de decisión, recuperando funciones que el Estado y las instituciones republicanas usurpan desde la invasión española.

Comunidad y colectividad frente al autoritarismo 

La autonomía comunitaria y de los pueblos es fundamental en un contexto que apunta a un recorte todavía mayor de las posibilidades de acción en beneficio colectivo, apuntalado por la debilidad del proyecto democratizador propuesto desde el gobierno (que no transforma estructuras carcomidas y a estas alturas se limita a sobrevivir y gestionar lo que ya existe) y por la hiper atomización de la organización social, que plantea multitud de iniciativas, acciones, respuestas y demandas, sin consolidar un esfuerzo compartido. 

La falta de participación activa de una mayoría de la población juega igualmente a favor de quienes consideran la política como la continuación de sus negocios, legítimos o siempre no, por otros medios. La desafección ciudadana es promovida sagazmente desde el poder tradicional, que pesca en el río revuelto de la desesperanza inducida, pero también consecuencia de la falta de estrategias de organizaciones sociales, incluidos movimientos comunitarios, para incorporar agendas y actorías de migrantes, comerciantes, transportistas, pobladores, agricultores familiares  y otros actores que, paradójicamente, sostienen la economía del país y eventualmente son protagonistas de movilizaciones (como ocurrió en el levantamiento de 2023 y la reacción al golpe de Estado.

La indignación se canaliza o es instrumentalizada por sectores populistas conservadores, las necesidades profundas por iglesias evangélicas, las demandas locales por políticos y empresas hábiles que terminan operando solamente sus intereses. 

Qué onda con las elecciones 

En este marco, el próximo proceso electoral se prepara para consolidar el control corporativo del Estado, idealmente sin oposición molesta ni sorpresas como la de las elecciones de 2023. Controlar instituciones clave como el Tribunal Supremo Electoral (ya en marcha por la persecución al actual Tribunal y la negociación del fin de la misma a cambio de ¿?); impedir la participación de candidatos molestos; favorecer candidatos distractores; profundizar el control del poder territorial, clave para la articulación de las redes de corrupción y redes criminales que aseguran territorio; mantener dividida a la población, incluso organizada y concientizada, son parte de los procesos en marcha. 

¿Resulta, entonces, ingenuo apostar de forma prioritaria al proceso electoral de 2027 como espacio central y parteaguas para iniciar la recuperación del Estado (o profundizar, reconociendo que la voluntad política y algunas acciones de este ejecutivo han detenido una radicalización autoritaria). Dicho desde otro enfoque: ¿es posible articular desde lo partidario-electoral como medio y la toma de la institucionalidad estatal actual como fin, una estrategia de redemocratización en el corto plazo y transformación raizal en el largo plazo?

En mi opinión, las alternativas necesarias parten de las múltiples formas de resistencia y acción social y política tejidas en las comunidades y territorios, a partir de las que deben construirse hojas de ruta y consensos mínimos, para enfrentar la captura del Estado y redefinir el marco de convivencia: el actual pacto constitucional de élite y el modelo de Estado excluyente en el que se expresa. 

La acción partidaria-electoral puede ser una de las formas en las que organizaciones, comunidades y pueblos deciden actuar, a condición de que no sea la preponderante, y no imponga sus lógicas de competencia, fragmentación e imposición de las dinámicas electorales (candidaturas y otras) sobre las decisiones comunitarias. La priorización de las luchas sociales, comunitarias y territoriales sobre las electorales-institucionales implica también la necesidad de coordinar y articular esfuerzos entre actores y entre territorios, además de extender su ámbito de acción a sectores hoy considerados secundarios o marginales hoy en las luchas.

Fortalecer la acción comunitaria

Así, la profundidad de la captura de este Estado por todo tipo de actores privados, que operan en su beneficio (oligarquía, militares, transnacionales, empresariado emergente, economía criminal, servidores públicos electos o designados…) debe acelerar la organización comunitaria y territorial para el ejercicio de la autonomía y la decisión propia, en todos los ámbitos de interés.

Al quedar establecido que el Estado desconoce las demandas poblacionales en el mejor de los casos o se colude con actores privados; establecida asimismo la limitación de las  estrategias exclusiva o prioritariamente electorales, que buscan cambiar este sistema con los mismos argumentos que lo hacen inviable, se impone la necesidad de que sean las comunidades, colectivamente y a partir de sus formas propias, en articulación con otras comunidades y territorios, las que asuman la gestión y el desarrollo de lo público en sus territorios y, consiguientemente, asuman el protagonismo de la acción colectiva a nivel nacional.

En un contexto de profunda crisis de este Estado y su institucionalidad, incluyendo la intermediación de los partidos políticos, y de diversas expresiones de organización social y acción colectiva limitadas en su capacidad de construir alternativas, la organización de los pueblos sigue siendo un referente, no como imposible calco y copia, sino como aprendizaje y sobre todo como necesidad: es posible, a partir de la organización colectiva, basada en escucha, diálogo y búsqueda permanente de puntos de encuentro, recuperar la esperanza y la posibilidad de escenarios de justicia. Es la alternativa a la restricción de derechos y a un sistema que no da respuesta a demandas materiales y culturales de la población.


Los pueblos somos más

Las movilizaciones contra los altos salarios y la indignidad de la mayoría de servidores públicos, y la decisión de la autoridad comunitaria de Santiago Atitlán de revocar acuerdos municipales y licencias económicas lesivas, son dos detonantes inmediatos de la ofensiva del Ministerio Público contra autoridades comunitarias.

En el primer caso, se pretende desactivar la bomba de relojería de la oposición a los salarios exorbitantes e indignos en instituciones del Estado, que está logrando articular a diferentes sectores. En este punto, se resalta la vinculación del Ministerio Público con diputados distritales, que se niegan a perder sus privilegios y a renunciar a la idea de Estado como instrumento de enriquecimiento.

En el segundo caso, el ejemplo de Santiago Atitlán (el ejercicio de la soberanía de la comunidad, superior al poder de instituciones y representantes del Estado) atemoriza o aterroriza a sectores que fundamentan su beneficio en la falta de consulta y la imposición, disfrazadas, eso sí, de todo tipo de razonamientos legales. Aquí se evidencia la  conexión de la actual dirigencia del Ministerio Público con importantes actores del poder económico.

Con esta acción, el MP pretende presentarse como actor imprescindible para contener las movilizaciones sociales vía difusión del terror, al tiempo que busca profundizar divisiones y desarticulaciones comunitarias. Con ello, además, la institución fuerte y firme para perseguir selectivamente quiere fortalecerse tras meses de reveses continuados: el fracaso de la estrategia de invalidar el resultado electoral de 2023; la derrota de su estrategia de control del Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala; el callejón sin salida de la alianza con el gobierno Trump, temporalmente aplazada.

Pero las demostraciones de fuerza y las articulaciones de poderes oscuros pueden partir de cálculos erróneos y, el tiempo lo dirá, generar efectos indeseados. Creo que somos bastantes los que pensamos que, ante la agresión, se rearticularán fuerzas y espacios de acción conjunta, debilitados tras el fin del levantamiento de 2023 o, al menos, se visibilizará con mayor fuerza la necesidad de pactos entre comunidades, autoridades, territorios y organizaciones sociales, con capacidad de involucrar a sectores de la población activos en el levantamiento y silenciosos desde entonces, así como otros sectores que ya merecen ser tratados como actores políticos  relevantes, como las personas migrantes.

48 Cantones y la mayoría de organizaciones indígenas y populares consideran, pienso que con razón, que estamos ante el inicio de un nuevo periodo de criminalización y un autoritarismo renovado que niega los derechos colectivos de los pueblos, empezando con el derecho de movilización y participación y se opone a cualquier tipo de cambio en la estructura del Estado y mucho menos el modelo económico. Nos corresponde entonces unir fuerzas, reencontrarnos, escucharnos y hablar desde las divergencias constructivas, construir agendas y rutas de acción comunes (en la que puede y debe participar Movimiento Semilla y gobierno aunque no deben encabezar este proceso) para enfrentar la autocracia y avanzar hacia el ejercicio del poder político directo de comunidades y pueblos. 

Los pueblos somos más.

Movimientos en el tablero

En el país que se desangra por inacabables deudas y problemas sociales (salud, tierra, nutrición, educación plurilingüe, discriminación, violencia femicida, machismo…) son los salarios de los funcionarios públicos los que concretan la indignación, al menos en el aquí y ahora de la escurridiza coyuntura. 

No es este un tema menor. El descontento contra los salarios de altos funcionarios del Estado (en general muy elevados, con porcentajes hasta 30 veces por encima del salario mínimo) refleja la distancia existente entre población y representantes (electos y designados) en el marco de un Estado hecho por y para las élites. Plantea el cuestionamiento hacia el trabajo de los funcionarios entendido como servicio para el bien común, desde y con la población y las comunidades (debe ser), o como instrumento para la rapiña y el uni-beneficio (es, en realidad). 

A las críticas y emplazamientos a los diputados tras la subida salarial auto recetada (y no derogada) se añaden los cuestionamientos a salarios de magistrados de justicia, jueces, altos fiscales del Ministerio Público (que persiguen a población organizada y defienden derechos de corruptos) y, ahora, al salario de la Vicepresidenta, que no fue recortado a pesar de ser promesa electoral y haber sido anunciado desde junio de 2024. La indignación añade aquí otro matiz: la percepción de que sectores del actual gobierno y Movimiento Semilla, al no asumir con coherencia la rebaja de los salarios y la austeridad, actúan “con desconexión de la realidad y sin cercanía con la población” y “no priorizan el bienestar de la población” (comunicado de 30 autoridades indígenas y ancestrales de 4 de abril). Es el valor simbólico negativo de una medida necesaria y postergada.   


Por este y otros motivos, el país que todavía no nombramos (en términos de comunidad y destino compartido) apunta a una conflictividad exacerbada, fundamentalmente definida por: 


-Demandas inmediatas y estructurales, nunca resueltas y/o abordadas. Eventualmente, estas demandas son instrumentalizadas por los mismos causantes de los problemas: empresarios, partidos políticos, diputados, alcaldes, promotores en general de que nada cambie y el Estado siga siendo botín de poderosos. 


-La agenda opositora de sectores que ven sus intereses amenazados, articulados en el pacto de corruptos y el pacto de élites, que apuntan al desgaste de este gobierno y, por extensión, al de pueblos originarios y actores sociales que consideran aliados. Estos sectores apuestan al caos y el desgaste, para establecer que este gobierno es igual a todos los anteriores. Conseguido esto, esperan que la población en las elecciones de 2027 otorgue de nuevo el control del Ejecutivo e instituciones del Estado a los mismos de siempre. 


-En bastantes casos, la conflictividad crece por la falta de sintonía entre los actuales gestores de instituciones del Estado y las demandas de la población, especialmente cuando no se establecen o no se concretan espacios de diálogo y de transformación colectiva de los problemas. Si bien es cierto que grandes problemáticas estructurales no van a ser abordadas en este periodo de gobierno (otras, incluso, pueden ser exacerbadas, como la expansión del modelo económico de despojo o el monopolio del poder económico y la cooptación del Estado por parte del empresariado aglutinado en el CACIF), se requiere por parte de muchos actores sociales y comunidades un diálogo vinculante y una acción estatal alejada de la burocratización, la rutina y la complacencia con actores de siempre, especialmente empresas constructoras y ejecutoras de todo tipo de contratos del Estado, diputados y poderes corruptos distritales. 

  

-Las agendas y acciones sectorizadas por parte de organizaciones y movimientos sociales y de comunidades dificultan la priorización o transversalización de las mismas y generan insatisfacción por incumplimientos. 


Otra vez, los pueblos originarios


A pesar de los avances limitados o inciertos, la demanda de rebaja salarial vuelve a situar a pueblos indígenas, especialmente representados por sus autoridades elegidas de forma asamblearia, como parte activa y determinante en el escenario político. La convocatoria inicial de 48 Cantones y aliados a continuar la oposición al aumento salarial, seguida con matices por otro grupo de autoridades y comunidades (algunas diferencias importantes entre grupos derivan de los niveles de relación y negociaciones establecidos con el poder ejecutivo y diputados territoriales) logra articular esfuerzos o interés de diversos sectores, al tiempo que emplaza directamente a poderes políticos tradicionales y sus aliados del empresariado. Este aspecto es particularmente relevante porque dibuja una acción política (no unánime) donde los pueblos originarios y sectores populares plantean críticas directas y sustantivas con el accionar del Estado, al tiempo que pugnan por mantener espacios de incidencia y de intervención directa en las decisiones del ejecutivo.


Una vez más, la acción de los pueblos indígenas reescribe el relato oficial, en el que la disputa del poder es nada más que el conflicto entre el Actor A, sectores de poder tradicionales, y el inesperado Actor B, gobierno y Movimiento Semilla, sin presencia como sujeto de los pueblos. El debate presente en el levantamiento de 2023 continúa: no solamente el debate alrededor del fraude, la democracia electoral y la real, la articulación de actores, la participación urbana y mestiza, sino también la visibilización de otras formas posibles de concebir el Estado y la representación: como servicio, como delegación de mandato comunitario, como compromiso para la búsqueda del bien colectivo, como responsabilidad y ética. Y, consecuentemente, debatir si esta visión es compatible con el actual marco legal, el Estado tal y como la conocemos y el sistema de delegación de poder comunitario hacia los partidos políticos. En mi opinión, este es el gran debate tras el  debate y la acción política sobre los salarios. 


En el país que no es, en el tiempo que engulle todos los tiempos y nos deja donde estábamos, en el caos para unos construido y para otros temido, la partida de ajedrez no la juegan solamente dos y el tablero (el marco constitucional e institucional republicano) se queda cada vez más chiquito. Cambiarlo de raíz creo que requiere de: 


-la multiplicación de acciones grandes y pequeñas, de alto contenido simbólico y aglutinador, 

-la capacidad de conectar con los sentires y las percepciones de muchos actores, 

-la activación de la participación de sectores urbanos y población que no se autoidentifican como indígenas (a la que apelan continuamente las autoridades comunitarias), 

-el papel de migrantes como sujetos políticos, no solamente como centro de transferencias monetarias, 

-la capacidad de impulsar un relato y una comprensión de la realidad no esquemática y des-simplificada. 


En fin, no es la primera ni será la última vez que se escriba, tal vez hasta que se haga realidad y costumbre: es imprescindible la articulación y entendimientos mínimos (diálogos y construcción diversa y colectiva) entre diferentes sectores, incluidos Movimiento Semilla y gobierno (que a mi parecer continúan representado a sectores urbanos, profesionales, clases medias y juventudes) para definir una agenda común en dos niveles: lo que queremos y podemos mejorar ahora; los grandes cambios estructurales que pretendemos y las acciones necesarias para alcanzarlos.


Perdimos, ganamos, aprendimos. Breves reflexiones para sobrevivir al seguro

Más allá de una lectura de vencedores y vencidos (y de la disputa  gobierno-pacto de corruptos) los hechos recientes pueden analizarse en clave de aprendizajes y retos, desde la perspectiva de los sectores populares. Propongo seis lecturas, que no agotan preguntas para el debate. 


Detrás de la indignación: la agenda del Pacto 


La indignación justificada de la población (que acumuló tensiones no resueltas, la última de ella la subida del salario de diputados) es instrumentalizada por actores del pacto de corruptos/élites (en adelante, el Pacto, todas nos entendemos). 


El Pacto consigue que el gobierno retroceda y genera una corriente crítica que lo debilita. Con ello mantiene muy activos dos escenarios preocupantes: 1) la interrupción del mandato de Arévalo, vía judicial y/o desgaste social, y la persecución de la organización social, en el corto plazo; 2) en el medio plazo, la inviabilidad de alternativas electorales de corte democrático republicano (Semilla) o popular (no olvidemos que para actores del Pacto no hay diferencia entre Semilla y organización popular). 


No obstante, por torpeza, arrogancia o impunidad, quedan visibilizados actores criminales que instrumentalizan la indignación, utilizan formas de acción reñidas con la ley y manifiestan intereses electorales. A la postre, estos intereses visibles generan fisuras y disputas dentro de los actores de poder (por ejemplo, los intereses de la eterna candidata Sandra Torres).


Las calles: territorio en disputa


El Pacto redobla la apuesta: la larga batalla jurídica de desgaste (del gobierno y la oposición) que anunció Rafael Curruchiche en noviembre de 2024, se traslada a las calles. Estos días, y podemos anticipar que en el futuro, los actores del pacto disputan territorios, ocupan  espacio público simbólico (algunas propuestas llamaban a manifestarse en “La Plaza”) buscan legitimarse con la población. Para esto, encuentran terreno abonado en los grandes problemas cotidianos no enfrentados (transporte, canasta básica, inseguridad) que vuelven a la población vulnerable, así como en la debilidad del trabajo e implantación de organizaciones sociales en la Ciudad Capital (centro no improvisado de las movilizaciones). 

 

La ausencia de referentes organizados urbanos (que actúen con lógicas de transformación digna de espacios y relaciones) es aprovechada por los actores de poder, con capacidad operativa para convertir un explicable descontento social y una demanda legítima en movimiento involucionista, antigubernamental y antiderechos, muy funcional a la agenda que busca mantener privilegios. Podemos tener en cuenta como referente que gran parte del éxito de las propuestas ultra conservadoras y  elitistas de Trump y Miley se basa en su capacidad de vincular a sectores populares desplazados del sistema a su propuesta de construcción social autoritaria. 


La disputa en todo el país y la disputa (ideológica, de sentidos) en las calles de Ciudad Capital está abierta.  


Ganamos todas y todos: movilizaciones sin víctimas fatales


Aunque se debilita al retroceder en sus medidas, el gobierno logra mantener el control de la seguridad (diferente fue el control de la agenda y los tiempos políticos), lo que evita enfrentamientos y derramamiento de sangre. Considero que el peor escenario (y uno de los manejados desde sectores del Pacto) hubiera sido una respuesta violenta de las fuerzas de seguridad, que hubiera alimentado el caos y desacreditado el principio del diálogo. 


¿Mala comunicación o incapacidad para construir acuerdos? 


Se alude a la deficiente o nula información sobre el seguro (una buena medida mal explicada) como detonante del descontento, en un contexto de reconocida debilidad en la comunicación del ejecutivo. Pero, además de mal explicado y peor entendido, el seguro se impone sin consultas con gran parte de la población, y no forma parte de un paquete de medidas con abordaje integral de la seguridad y el derecho de movilización de las personas. El seguro es apenas una de las ramas del frondoso árbol del ineficiente sistema de transporte en el país. 


Este tema es relevante: una mala comunicación se resuelve con el cambio de funcionarios y la elaboración de una estrategia, lo que no parece tan complicado. Pero la falta de consultas y la carencia de visiones y abordajes integrales en muchos temas precisan de voluntad y capacidad política, especialmente la voluntad de escuchar, dialogar y establecer consensos en una realidad territorial, social, económica, lingüística e identitaria compleja.  


Esta voluntad y capacidad no se perciben en la mayoría de funcionarios de gobierno, acostumbrados a imponer, o dedicados a la simple gestión de los recursos existentes del Estado. Quizás es mucho esperar que este gobierno (por su proyecto y la extracción de clase de la mayoría de sus miembros) avance en esta visión, pero es necesario siempre señalarla.


Otra vez la visión y organización indígena comunitaria 


Sin ser el actor más visible, las autoridades y comunidades indígenas acaban siendo uno de los actores más relevantes. Su posicionamiento y propuestas (diversas) inciden en la necesidad de medidas integrales y preventivas para abordar la inseguridad vial y en el diálogo como estrategia de construcción de estas propuestas. Estos planteamientos, elaborados en colectividad, son asumidos por otros sectores y se distancian de argumentos que no van más allá de la derogación del seguro o su implementación sin más. 


En una coyuntura compleja, las comunidades indígenas canalizan la indignación y asumen un posicionamiento distintivo, que señala la incoherencia de las medidas planteadas por el gobierno, al tiempo que evidencia las estrategias de manipulación de actores tradicionales. 


De nuevo, como en 2023, una lección de visión y madurez políticas. 


Las victorias de unos son los retos de todas 


Nos guste más o menos, los actores del Pacto presentes en las movilizaciones cuentan con buenas lecturas de contexto y actores, capacidad de interpretar la indignación social para orientarla en función de su proyecto, y estrategias articuladas de acción: jurídicas, políticas, comunicativas, de disputa de calles y base social. Frente a esto, una parte relevante de la organización social (me refiero especialmente a las organizaciones de carácter histórico) se muestra dispersa, incomunicada entre sus diferentes actores, desactualizada en la lectura de actorías sociales y tendencias, con dificultades para construir discursos y elaborar propuestas más allá de la base social convencida y firme, autocomplaciente y alejada de la autocrítica renovadora. 


La presencia de la mayoría de organizaciones sociales durante las movilizaciones es irrelevante: más allá de la cantidad, en la capacidad de promover debates, propuestas y estrategias de solución (como sí hicieron las comunidades indígenas). Se resiente la falta de espacios colectivos de análisis y acción, que fueron parte de la vida de las organizaciones hasta la mitad de la década pasada. 


Esto hace importante retomar estos espacios colectivos, desde la diversidad e identidad específica de cada participante, que permitan lecturas compartidas y complejas del contexto, con ejercicio importante de autocrítica, y avancen hacia la construcción de una agenda compartida mínima para: 


-continuar disputando las calles y disputando el país al pacto de corruptos, 

-promover  soluciones a problemas concretos para los que no hay mañana (transporte, alimentación, seguridad, salud, educación) y

-fortalecer la organización y conciencia social de amplísima fuerza favorable a los cambios estructurales y la refundación del Estado y el modelo vigentes (fuerza, hoy por hoy y más allá de nuestra autopercepción, muy débil). 


El trabajo colectivo, que rompa inercias de acciones sectorizadas,  facilitará alejar el riesgo de la involución autoritaria, y convertir este momento de transición en punto de inflexión y posibilidad de impulso de cambios raizales.  




Aprender y practicar un idioma indigena

Jantape' k'o chi yojtzijon, yojsik'in, yojetz'an pa jun maya' ch'ab'äl (chuqa' xinka, garinaru). Röj qonojel k'o chi nqetamaj chuqa' nqakusaj ri nab'ey taq ch'ab'ál richin Chi Iximulew.


El desinterés institucional por la revitalización de los idiomas mayas no oculta la inacción social, especialmente de la población organizada, para que los idiomas mayas (también el xinka y el garífuna) sean parte de la vida diaria de todas y todos. 


La insuficiente y mal aplicada educación bilingüe, el papel testimonial de la Academia de Lenguas Mayas, la falta de desarrollo de medios de comunicación y el nulo apoyo a literatura, cine, investigación y divulgación de pensamiento en idiomas mayas, la no prestación de bienes y servicios públicos en idiomas indígenas son deberes del Estado guatemalteco, en prácticamente todos los aspectos que mandata la Ley de idiomas nacionales, Decreto 19-2003.  Pero el aprendizaje de al menos un idioma maya y su práctica constante por parte de personas individuales o colectivos organizados es una responsabilidad colectiva, poco o nada desarrollada. 


Si un idioma es -además de la articulación ordenada de signos- una forma de sentir, ver, entender y actuar en el mundo, su ausencia (en este caso, la ausencia de su comprensión y práctica) implica la negación o invisibilización de las otras formas de estar en este país llamado Guatemala, las que representan 22 idiomas mayas, el garífuna y el xinka. Implica también asumir posiciones hegemónicas, ya que en la práctica el español se convierte en lengua franca para la relación intercultural (entre pueblos) y los idiomas indígenas se usan nunca o de forma residual.   


El reconocimiento folclórico de costumbres, indumentaria o expresiones artísticas, o el reconocimiento del papel de los pueblos indígenas en gestas recientes (defensa de la decisión del pueblo, 2023) y, en general, de sus propuestas para la defensa de la naturaleza amenazada, tienen que avanzar hacia la asunción -de asumir- de los idiomas y cosmovisiones indígenas como parte fundante y fundamental en la construcción (hoy reconstrucción/refundación necesaria de una colectividad despojada de sus derechos y atacada en su identidad) de este intento de país.


Los idiomas de los pueblos indígenas son idiomas de todas y todos. 

Post comitia

El resultado de las elecciones en el Colegio de Notarios y Abogados de Guatemala (CANG) revela una apuesta por la dignificación del servicio público (más allá de la profesión de abogado) y la recuperación de ese servicio para el bien común, después de años de saqueo desvergonzado. 


Lo anterior indica, además, que la lucha contra la corrupción y, en positivo, la demanda de honradez y ética de servidores públicos (y de todos aquellos vinculados al manejo de recursos y poder en instituciones del Estado) continúa siendo prioridad ciudadana. El hartazgo frente a la corrupción descarada es mayoritario, a pesar de la desmovilización social y la debilidad de la fiscalización y denuncia, especialmente en territorios empobrecidos, en los que las redes criminales aprovechan las condiciones de sobrevivencia para negociar su poder. 


El Ministerio Público y otros promotores de la impunidad reciben un mensaje ciudadano, que seguramente desoirán u oirán a medidas, acostumbrados como están a concebir la acción pública como instrumento para garantizar privilegios y como festín y algarabía de elites. Este es precisamente el mensaje de fondo de las elecciones: no más política y políticos en contra, al margen o por encima de la demanda social de manejo honesto de recursos, en beneficio de los derechos de la población. 


Una lectura complementaria de este proceso, independientemente del resultado en segunda vuelta, es que el combate contra la corrupción tiene la capacidad de congregar a personas, organizaciones, sectores, territorios e ideologías diversas, a la vez que propuestas articuladas, construidas con lógicas de consenso y pluralismo, y con visible renovación de formas organizativas y rostros (especialmente juventudes y mujeres) convocan y motivan con mayor fuerza, incluso a población no organizada.