La
masacre de 40 niñas en un refugio estatal nos retrata como sociedad: de ahí su
impacto y su capacidad de alterar nuestra (difícil, compleja) cotidianeidad.
El
8 de marzo de 2017 aparenta la foto fija de nuestra historia: el hastiante uso
de la fuerza estatal para enfrentar cualquier conflicto (continuo histórico:
policías reprimen la protesta de las niñas); el desprecio por la vida y la
sospecha de que todo es negocio y negocio ilícito (incluso el resguardo de la
niñez: trata); la naturalización y aceptación de la violencia contra mujeres y
niñas (denuncias de tortura, violencia física, psicológica y sexual); la
continuación de la guerra y la contrainsurgencia por otros medios (infanticidio
y femicidio); el uso de las crisis como mecanismo de estabilización (doctrina
del shock); la existencia de una
institucionalidad vaciada de su facultad de construir consensos (Estado
capturado, más que fallido); los silencios y las mentiras como políticas del
Estado (contradicciones, medias verdades que dejan entrever otras tragedias no
develadas)…Misoginia, racismo, estigmatización de la pobreza…Por eso la matanza
es otra estación en una larga travesía. El tiempo largo se concretó en 40 niñas
quemadas e intoxicadas (antes torturadas y violadas), un hecho más en el
escenario del crimen que se llama Guatemala.
Imagen
desnuda, sin retórica. No nos define la democracia o el respeto colectivo, sino
la violencia (extrema), la impunidad (extrema), la injusticia (extrema). La
seguridad, la legalidad, la igualdad y la justicia funcionan solo para
inversiones empresariales. Espejito, espejito, dime qué ves. Una democracia de
fachada, un contrato social que excluye por lo menos al 90% de la población,
querida Princesita.
Casi
nada falta, incluso en términos de actores involucrados: cuerpos de seguridad,
monitores armados hasta los dientes, algunos ex militares, los tratantes, el
abogado que defiende al ex director de la Secretaría de Bienestar Social y
ataca (atacó) a la jueza Yasmin Barrios, los políticos funcionales y operadores
del estado de cosas, tan irrelevantes como muchas veces imprescindibles: me
refiero por si no se habían dado cuenta a Jimmy Morales.
La
avidez en limpiar las candelas, recuerdos y mensajes en memoria de las víctimas
(16 de marzo, con motivo de una actividad evangélica) o de reducirlas a
testimonio museográfico (pasen, pueden visitar esta instalación hasta las cinco
de la tarde) es uno de los intentos de borrar, más que la responsabilidad individual
o colectiva de las muertes, la evidencia de nuestro engaño colectivo: qué o en
qué hemos convertido esta estructura falsamente articuladora que a algunos les
gusta denominar Guatemala. Las candelas en las Plazas nos recuerdan el fraude
de nuestra inventada convivencia, el colapso de la Guatemala construida por las
elites y para las elites: esta república
de caricatura (Paula del Cid).
¿A
dónde hemos arribado después 20 años de vigencia de los Acuerdos de Paz, 31
años de retorno a la democracia, casi 200 de vida independiente, 524 desde que
empezaron a llegar en oleadas y no pararon (los paradigmas de) la civilización,
el progreso, el desarrollo, la prosperidad?. Después del 8M
este fracaso tiene que ser visible para todos, invisible para nadie.
Es
pero es más que el fracaso de un Estado y de una institucionalidad (de
protección de menores) que no hacía nada o servía a otros intereses. Es pero es
más que el colapso largamente anunciado del régimen constitucional del 85. Es
el fracaso de instituciones pero también de certezas sobre las que
fundamentamos nuestra convivencia, pocas pero inmutables desde la conquista: la
fetichización de la propiedad y la acumulación privada, el desarrollo entendido
como dinero, la individualidad enfrentada a la colectividad, la guatemalidad asociada
a la bandera y el poder de los hombres urbanos ricos blancos.
Los
aportes del movimiento feminista guatemalteco para intentar entender los
asesinatos, sirven, en mi caso particular, para comprender que nuestras ideas, costumbres, formas de
actuar, leyes, símbolos, subjetividades son parte del Estado y del estado
de cosas que desembocó en la matanza: el
patriarcado mata, recuerda Ana Cofiño. Construimos o permitimos edificar
(o no somos lo suficientemente sabios, fuertes y unidos para impedir) un
sistema cuyos pilares son la competencia
feroz frente a la colaboración y la solidaridad. Ahí dentro era el infierno y el infierno lo estamos viviendo todas las
noches al ser violadas, dijo una de las niñas la noche anterior a la
matanza. El infierno, como el pavoroso
remolino de polvo y escombros de las bananeras de Macondo (Gabriel García
Márquez) volvió a soplar en el Hogar Seguro.
¿Cómo
remontamos el horror, para no seguir normalizándolo e institucionalizándolo? El
neoliberalismo (la fase actual del modelo civilizatorio y de desarrollo
dominante) nos dice que es imposible cambiar este estado de cosas: los seres
humanos somos naturalmente individualistas e insolidarios. Por eso la matanza,
el femicidio, la masacre (niñez arrasada,
comunicado de Hijos) es reportada como tragedia: ese episodio en el que el
protagonista (sí, él) se ve conducido, por una pasión o por la fatalidad, a un
desenlace funesto. En términos sociológicos centroamericanos, es el pragmatismo resignado, que nos recomienda aceptar
la realidad como dada y nos empuja a adaptarnos (Andrés Pérez Baltodano).
Esto
dice el (único) manual neoliberal. Pero el día antes de la matanza, miles de
campesinos y poblaciones indígenas se movilizaron por demandas colectivas. El
mismo día de la masacre, se manifestaba el movimiento de mujeres y feminista, al
tiempo que mujeres organizadas indígenas y campesinas establecieron un plantón
de dos días frente al Congreso (poco informado pero igualmente digno). Antes
(antipragmatismo resignado), miles de hechos de resistencia histórica: ¿miles o
mejor innumerables?
Pensé
en buscar bibliografía para rebatir la inevitabilidad del individualismo y por
tanto la recurrencia de la violencia. El investigador Xavier Albó nos recuerda
que Suma qamaña, en la cosmovisión aymara, significa buen convivir. En
términos de organización y convivencia social implica construir un modelo donde
yo solamente puedo estar bien si los demás que conviven conmigo están igualmente
bien. El buen convivir es el buen vivir de los pueblos indígenas de Guatemala o
la vida digna que plantea el movimiento feminista y, sin teorizar, deseamos
todas y todos: establecer relaciones
armónicas, sociales y con la naturaleza, que nos
permitan a todas las personas vivir dignamente (Concertación feminista por vidas dignas).
Pensé
todo y esto y además analizar, rebatir, argumentar. Pero a veces basta con
escuchar el silencio o una canción. El día 8 de marzo, feministas honduras
compartieron con feministas guatemaltecas una canción antídoto frente a la tristeza
que quiere imponer cercos al común de la alegría.
El
13 de marzo, músicos profesionales y aficionados, ocuparon el Parque Central de
la Ciudad de Guatemala para acompañar con música el dolor, el luto y también la
esperanza.
Desde
el día de la matanza (femicidio, crimen de Estado), movilizaciones en Retalhuleu,
Chiquimula, Cobán, Huehuetenango, Sayaxché, Ixcán, entre otros muchos lugares,
llenan de luces las sombras, hasta el momento sin interrupción. Las calles siguen
repletas de voces y de silencios, de gritos y poesía, de tambores y violines,
de movilizaciones y quietudes: espontáneas y organizadas, individuales y
colectivas. Son voces múltiples, no siempre ni necesariamente unísonas, porque
sabemos que hay muchos reclamos, muchas plazas, muchas horas, muchas consignas
y momentos diferentes, para hacer escuchar nuestras demandas.
Quiero
creer, estoy convencido, de que el neoliberalismo patriarcal y racista
convierte lo extraordinario (la violencia, las matanzas, la desigualdad) en
cotidiano. Nuestra tarea es hacer ordinario, normal, lo que hoy es esporádico y
fugaz: la convivencia lúdica, las manifestaciones colectivas de respeto, la construcción
de la justicia como ideal personal y colectivo. Un Estado diferente, formas de
relacionarnos y convivir distintas, ideales y sentidos de vida transformados.
Algún
día, saldremos todas a escuchar música en cualquier plaza de cada comunidad,
sin dolor, sin rabia, sin asesinatos, solo por el placer de escuchar música y
juntarnos. Algún día la alegría será más que una consigna y una trinchera (Mario Benedetti).
Lo
necesitamos, nos lo debemos y se lo debemos a las asesinadas. No las conocí y soy
consciente de su vida de abandonos y violencia. Pero solo puedo imaginarlas así:
alborotadas, molestando, coquetas, impacientes, activas, coquetas, gritonas,
risueñas, coquetas. #LasNiñasdeGuatemala, con toda la vida por delante. Cuarenta
voces que ya no van a callar.
Andrés Cabanas, 19 de marzo de 2017