Mis recuerdos de Rubén Herrera están muy vinculados a la resistencia de Santa Cruz Barillas, cordón umbilical que nos unió a tantas y tantos, parece que no hace mucho tiempo, pero una vida atrás. Barillas fue la penúltima
utopía del querido Rubén, activo referente para enfrentar el poder sin límites
de una transnacional invasora, empeñada como todas en despojar el agua y los
bienes naturales de la población.
La agudeza política de
Rubén y el Consejo de Pueblos de Occidente permitió ver que la lucha en
Barillas era estratégica: aquella empresa representaba un eslabón o una
avanzada de una estrategia de "ocupación" transnacional en la zona
norte de Guatemala. Articulaba, de ahí su peligrosidad, conglomerados financieros y alianzas
estatales, en el marco de un proyecto de despojo integral, cada vez más
abiertamente autoritario y represor. Así que todas y todos fuimos Barillas, por
un buen rato.
El costo de la resistencia
fue grande: centenares de órdenes de captura, decenas de prisioneros políticos,
incluido el propio Rubén, amenazas, divisiones y fragmentaciones de las
comunidades y las organizaciones, en las que cada uno pusimos nuestro (peor)
esfuerzo. La prisión política drenó energías personales y organizativas, aunque
la empresa hubo de abandonar el territorio y, tras jornadas tenaces, los presos
políticos recuperaron mayoritariamente su libertad.
Por eso en la memoria y los homenajes para Rubén Herrera hay un apartado especial en el que asoman todas y
todos los que lograron derrotar la cárcel y la persecución, a fuerza de dignidad,
a pesar de desacuerdos puntuales: la lucha de Rubén fue la victoria de Rogelio,
Saúl, Domingo, Rigoberto, Marcos, Hermelinda, Francisco Juan, Chico, Adalberto, Ermitaño, Arturo
Pablo, Joel, Esteban, Pascual...
El fortalecimiento del sujeto comunitario y el
sujeto pueblos indígenas para detener la ofensiva y reconstruir la organización
social desde el ejercicio del derecho de autodeterminación fueron constantes en
el trabajo de Rubén y la mayoría de esfuerzos organizativos del momento, así
como el intento –inconcluso- de articulación de múltiples proyectos y visiones: pueblos, sindicatos, feminismo, movimientos juveniles...
Posiblemente el contexto de rupturas
organizativas abruptas, motivadas tanto por la ofensiva permanente del sistema
como por errores internos, desgastó los últimos años de la vida de Rubén. Recuerdo,
en algunas pláticas en las que compartimos frustraciones, su
capacidad de identificar causas, reconocer limitaciones y compartir las “responsabilidades”
de esta situación, entre otras la pervivencia de culturas políticas vanguardistas,
que permean nuestros proyectos y prácticas.
Los matices se encuentran en las vidas de todas
las personas. No quiero recordar al héroe Rubén, látigo de los poderosos y
quijote de los desposeídos. Me hace falta, ya, el activista impaciente y el meticuloso
analista y estratega; el organizador disciplinado-militante y el dirigente
crítico, en cuestionamiento permanente; el dinamizador incansable de
movilizaciones y el intelectual: no académico, pero preparado y activo en los
espacios de reflexión del añorado Centro de Estudios y Documentación de la Frontera
Occidental de Guatemala, CEDFOG. Líder estudiantil, militante revolucionario,
formador de conciencias juveniles, promotor de consultas comunitarias. Maestro
Rubén y curioso aprendiz, hasta los últimos días.
Recordar a Rubén es también preguntarnos en qué
momento de la utopía y la lucha estamos ahora, con quiénes caminamos un paso y
retrocedemos otro, qué aprendimos de la historia y qué errores tenemos la
obligación de no repetir.
De entre todas las luchas, las vidas, los
sueños, las renuncias inevitables de Rubén Herrera, de entre todas las imágenes
de una vida intensa, me quedo con aquella donde comparte denuncia con
dirigentes de organizaciones y familiares de presxs políticxs del norte de
Huehuetenango. Puedo ver, en todos los rostros frescos y juveniles, coraje,
valentía, firmeza en la denuncia, indignación para actuar.
En una imagen tras las que están muchas otras, entre
desplazamientos forzados, exilio interno, desgarramiento comunitario, derrotas
tácticas, aislamiento y cárcel, asoman las dignidades de quienes se
conciencian, alzan la voz, se solidarizan, se organizan y no se dejan. Como el recuerdo de Rubén, para siempre.
Andrés Cabanas, 26 de julio de 2020