Andrés Cabanas, 17 de junio de 2019
Leamos como leamos los resultados electorales de ayer, una conclusión es inevitable: casi el 80% de la población votó por candidaturas comprometidas con la continuidad, normalizadoras de la corrupción, de matriz conservadora en lo económico, lo social y lo político (fundamentalismo, homofobia y lesbofobia, autoritarismo, apoyo o falta de cuestionamiento del modelo de despojo). Esto nos tiene que dar miedo y debería hacernos reaccionar.
Esta conclusión abre un debate necesario, ya iniciado en redes sociales: ¿el pueblo está dormido, o los liderazgos y organizaciones no están a la altura de las circunstancias? (por ejemplo, no leyeron el imperativo de unidad que provenía tanto de la correlación de fuerzas como de las demandas de muchas organizaciones sociales y comunitarias?). El debate es sobre los factores externos y las responsabilidades internas, parafraseando a Manuel Galich, de la derrota.
El pueblo guatemalteco es individualista en lo económico, tremendamente solidario y comunitarista en su visión de la comunidad, el territorio y las relaciones sociales, pragmático en la decisión sobre el poder estatal e institucional, como ha investigado con brillantez Diego Monterroso, entre otros. Esta complejidad determina los espacios de acción. Entenderla es fundamental para ampliar los límites impuestos por el sistema en general, y su operador privilegiado, el sistema electoral. Para abordar esta complejidad no sirven las rutas tradicionales y lineales para la toma del poder.
En vez de responsabilizar al "pueblo" (o a "las otras" organizaciones) sobre los malos resultados y la normalización de la corrupción y la impunidad otros cuatros años, preguntémonos en clave interna:
¿Las organizaciones partidarias y sociales, tanto las que participaron en las elecciones, como las que no, estuvimos a la altura de las circunstancias?:
¿Por qué no pudimos aprovechar la fragmentación del voto de la derecha?
¿Qué impacto en los resultados finales (inferiores a lo esperado: segunda vuelta con actores populares) tuvo la división partidaria y social (esta es más profunda incluso que la electoral, y previa a la misma)
¿Seguimos desarrollando la canibalización entre organizaciones como estrategia central para fortalecer el proyecto propio, o apostamos por modelos políticos colaborativos y horizontales?
¿Cuánto falta o qué tenemos que hacer para llevar nuestro proyecto más allá del 20% de la población votante de izquierda-a favor del cambio, hoy por hoy marginal?
¿Cómo rompemos la dinámica del abstencionismo-desencanto, generando ilusión entre los que no militan?
¿Cómo fortalecemos la conciencia política y la comunidad, y la disputa de proyectos de vida más allá de lo electoral y lo político-institucional-estatal, más allá de este sistema mercancía que individualiza y acarrea votos? La acción política como disputa de la visión del mundo, dice Tania Palencia.
Es sana la autocrítica, en términos de proyectos que no conectan totalmente con las preocupaciones de la población, y en términos organizativos: culturas organizativas cerradas, endogámicas, que no logran ampliar su base social, más allá de la población militante y convencida.
Algunos resultados, tomados a modo de ejemplo, nos tienen que hacer pensar. El territorio donde se han celebrado más consultas comunitarias, escenario de disputas históricas y ejemplares por los bienes naturales y la vida (Huehuetenango: Barillas, San Mateo Ixtatán, Santa Eulalia, Colotenango) donde existen o existieron grandes esfuerzos de articulación (CPO, ADH, Mamá Maquín) no conecta ese sentir comunitario, territorial y de pueblos con la representación partidaria y política. ¿Defectos estructurales del sistema electoral o debilidades -egos, sectarismos, instransigencia, verticalismo- internas? Tal vez ambos. Si no analizamos autocríticamente, en cuatro años vamos a estar igual. Para mientras, sigue la militarización de las fronteras en función de la contención de la migración y la migración y la imposición de nuevos megaproyectos.
Faltan más liderazgos plurales, más capacidad articuladora, más visión estratégica, de proyecto y no de partido o instrumento organizativo, más humildad, más autocrítica: ¿de verdad cumplimos, debemos sentirnos satisfechos?¿Nos creemos que no cometimos errores y la culpa, siempre, la tienen los otros?