Andrés Cabanas, 15 de mayo de 2022
La dificultad de encontrarnos en un campo común es una de las paradojas de los movimientos populares, sociales, comunitarios y democráticos en Guatemala.
El campo común puede ser espacio físico y reivindicativo, puede llegar a ser espacio organizativo, pero es sobre todo el campo que articula simbólica, física y emocionalmente nuestras luchas y demandas, nuestras visiones y sueños, aquel al que nos vinculamos y del que somos parte, referente y proyecto, más allá de siglas y coyunturas. Puede implicar liderazgos, pero aquellos surgidos precisamente desde este campo, no los impuestos desde una parte del mismo al resto.
La inexistencia o fragilidad de este campo común determina que hacemos muchas cosas con fuerza, potencia, creatividad, capacidad de ruptura, enorme voluntad de resistencia y sobrevivencia, pero separadamente, sin lograr que todas sumen. La paradoja mayor: venimos de genealogías de lucha compartidas; con matices compartimos el diagnóstico del estado finca-oligárquico-criminal; también con matices y gradaciones de fases apostamos al estado plurinacional y a la sociedad diversa y plural; coincidimos en muchos momentos y lugares de lucha, pero aun así el campo común cede ante el dominio de los lugares propios desde los que impulsamos las luchas, en paralelo o en disputa con los demás.
Un ejemplo de esto, no el único, se observó en la oposición fragmentada al enésimo fraude en la Universidad de San Carlos: diversas historias, razones, épicas, demandas muy similares que parecían no encontrarse, incluso si estaban en el mismo momento en la misma calle de la misma avenida.
Por otro lado, tampoco es el ejemplo único, el periodo de movilizaciones 2015-2017 puede interpretarse como un campo común, que nos unió, más allá de proyectos y luchas diversas, más allá incluso de las limitaciones de ese campo para avanzar hacia transformaciones estructurales. El campo común tiene estas características: no es rígido ni inmutable sino dinámico y móvil, aprovecha las coyunturas y trasciende sus vacíos para impulsarse o ampliarse. Las debilidades de la movilización social hoy después de aquel momento no se dan porque las organizaciones desaparecieron ni abandonaron sus luchas, sino porque se difuminó el campo y perdió su capacidad de integrar nuevas fuerzas o de abrirse a otros espacios.
El campo común está predeterminado por
una apuesta explícita de participación y de construcción. En este sentido, requiere
de decisión y apuesta política, que permitan su simple existencia, su
consolidación o su crecimiento. Por ello
son tan dañinas esas visiones (generalizadas) que hacen énfasis en lo que nos
divide y no en lo que nos une; son disgregadoras y por tanto antítesis del
campo común las críticas despiadadas y más o menos explícitas a los que no
piensan exactamente igual que nosotrxs y sobre todo no integran nuestra
organización; y anula la posibilidad de lo común la búsqueda constante de un espacio mayoritario o hegemónico, por encima de los demás.
En un plano estructural, el campo común se construye con diferentes actorías (se nutre especialmente de la fuerza de las juventudes, por su dinamismo y voluntad de cambio) y diferentes visiones, ideologías, interpretaciones teóricas y sobre todo prácticas de lucha y prácticas de vida en resistencia. Aquí, las luchas de las y los demás son mis luchas y sus grandes o pequeñas victorias son las mías, aunque mi bandera no se enarbole, mi himno no sea cantado y mi dirigente no aparezca como protagonista.
El campo común no niega la existencia de organizaciones fuertes, en sentido estricto y literal mayoritarias, pero una sola o varias organizaciones fuertes no necesariamente consolidan el campo común.
El campo común se desarrolla con procesos de articulación, pero va más allá al superar concepciones reduccionistas e instrumentales de la articulación: por ejemplo, las que la ven como punto de partida o de llegada y no como camino; las que la equiparan a agregación y unificación con mi proyecto, mis siglas, mis consignas; las que rehúyen el disenso-consenso y apuestan por la articulación de los idénticos; las que subordinan la articulación a las dinámicas electorales y a las visiones hegemónicas; las que promueven –en el mejor de los casos- la articulación de las y los convencidos, sin tener en cuenta las opiniones y el sentido común hoy mayoritariamente indiferente y desmovilizado.
El campo común implica sobre todo una metodología y forma de organización y sobre todo de relaciones en y para la organización, tan importantes y tan descuidadas en concepciones de lucha que todavía privilegian las luchas sobre los medios.
Así, el campo común presupone afectos y crea afectos nuevos. Afecto: sentir y palabra tan alejada de visiones y prácticas tradicionales en las luchas sociales, construidas sobre disciplinas y sacrificios, con margen escaso para la alegría, el placer, la empatía, la solidaridad no instrumental y la ternura.
Lo que falta, lo que tiene que ser.
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